viernes, 12 de mayo de 2017
CAPITULO 2 (TERCERA HISTORIA)
Pedro sonrió para sus adentros mientras estacionaba en su cochera, pero no se advertía ni el más mínimo indicio de aquella satisfacción personal en sus atractivos rasgos. Pedro era conocido por ser reservado, frío y por tenerlo todo bajo control. Rara vez mostraba sus emociones, salvo que estuviera a solas con sus hermanos. E incluso entonces, era el mayor y hacía falta que actuara como una influencia tranquilizadora entre ellos. Sabía cuáles eran sus
responsabilidades, y se las tomaba muy en serio.
Eso no significaba que no pudiera apreciar la vida, pensó, mientras miraba a su alrededor buscando a la mujer.
Para el observador circunstancial, sabía que, en general, parecía serio y ocupado, pero, en realidad, no le importaba. Las opiniones de los demás lo tenían sin cuidado; tenía cosas más importantes de las cuales preocuparse que si era considerado o no simpático. A Pedro no le importaba que su staff se sintiera intimidado por él. Le permitía dirigir el grupo Alfonso más eficazmente.
No sólo tenía a su cargo a toda su división, sino que también era responsable de toda la compañía, y eso sin incluir a sus tres hermanos menores, que tendían a ser un tanto más bulliciosos que él. Por suerte, ya no Peleaban tanto como
antes.
Es decir, Javier sí, pero eso era porque... Pedro suspiró al reflexionar sobre la situación. Javier era el segundo, y estaba a cargo de la división de derecho de familia del grupo Alfonso. Pedro pensó en el cinismo que había advertido últimamente en su hermano menor. No era buen indicio, y no había duda de que Javier se estaba volviendo cada vez más insensible. Tal vez fuera por eso que las discusiones entre él y la gerente de la oficina, Abril, se estuvieran volviendo más... virulentas.
Salió de su sedán Tesla negro, tomó el maletín y dirigió los pasos con firmeza hacia la entrada del edificio. Todos los días lo calculaba a la perfección y, efectivamente, allí estaba ella. La exquisita mujer con el cabello ondulado rubio, apresurándose por entrar en el edificio del lado opuesto de la entrada.
Era preciosa y tenía el andar más sexy que había visto jamás, incluso cuando caminaba apurada.
Esperó hasta que hubiera pasado por las puertas, observándola todo lo que pudo antes de dirigirse hacia su edificio. Era un ritual que realizaba todas las mañanas, y que tenía intención de abandonar apenas supiera cómo conseguir que saliera a cenar con él. Sabía que era terriblemente tímida. En anteriores ocasiones, había intentado atraer su atención, pero ella logró escabullirse tras apenas una breve mirada.
Jugaban ese juego todas las mañanas, mirándose desde lados opuestos de la entrada, ambos obviamente interesados, pero ella era demasiado tímida y salía corriendo antes de que a él se le pudiera ocurrir una manera de abordarla.
Había intentado hablar con ella una vez cuando se cruzaron en la cafetería. De cerca era aún más hermosa, pero se sonrojó y salió apurada por la puerta, olvidándose incluso de comprar el almuerzo, en su apuro por alejarse de él.
Observó las ondas del cabello rubio y la extraordinaria figura que salía apurada por la puerta, lo más rápido que podía dados los tacos que llevaba, pero alcanzó a verla ruborizarse y soltar una pequeña exhalación de su boca exuberante cuando lo vio.
Un hombre más débil se habría descorazonado, pero él no.
La mujer valía la pena, se dijo mientras apretaba el botón del ascensor para subir a su piso.
Muy pronto la tendría sentada del otro lado de una mesa en un restaurante.
Entró en su oficina, seguido por su asistente, Joan, que fue a su encuentro en la puerta del lobby como lo hacía todas las mañanas, para caminar tras él mientras le leía los primeros mensajes de la mañana.
-Y por último, Ramiro Moran dejó un mensaje anoche; quiere hablar urgente contigo. Es el tercer mensaje en dos semanas —lo dijo sin ningún tipo de expresión en el rostro. Joan sabía que no debía emitir ningún tipo de juicio respecto de las cuestiones que pasaban por la oficina. Si su jefe no le había devuelto el llamado al tipo, era porque tenía sus razones.
Los ojos de Pedro perforaron a Joan:
—¿Ramiro? —repitió. Se notaba su fastidio ante la persistencia del hombre—. Le pasé a Ramiro como cliente a Martha —explicó, refiriéndose a una de las otras abogadas en el grupo—. Sé que le devolvió el llamado la última vez que se comunicó. ¿Por qué necesita hablar conmigo?
Pedro sabía que Ramiro Moran trabajaba en el edificio de al lado. El mismo edificio en el que trabajaba la extraña introvertida. Se trataba de una novedad prometedora, pensó al tomar el mensaje y darle un vistazo a la escritura. Tal vez Ramiro le podía dar más información sobre la preciosa mujer
misteriosa.
Tomando una rápida decisión, le devolvió el trozo cuadrado de papel rosado a Joan y siguió camino a su oficina.
-Dile a Ramiro que lo puedo ver esta tarde. Dale cualquier horario que esté disponible en mi agenda después de mi almuerzo de negocios.
Joan asintió y tomó nota. Luego se volvió y salió de la oficina para cumplir sus instrucciones.
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