viernes, 5 de mayo de 2017
CAPITULO 2 (SEGUNDA HISTORIA)
Seis años atrás...
—Este lugar tiene demasiada gente —señaló Paula, echando un vistazo a través de las ventanas de un exclusivo bar en Georgetown—. -Por qué no volvemos al bar de siempre?
Deborah tomó a Paula de la mano y la hizo adentrarse aún más entre la multitud; era evidente que tenía un motivo de relevancia para querer estar allí.
—Porque Brian estará allá —refiriéndose a su ex novio, casi gritando para hacerse oír por encima del ruido del bar—. Y realmente no me quiero volver a encontrar con él. Sigue enojado porque rompimos la semana pasada.
Rápidamente esquivó a alguien que estuvo a punto de tirarle una cerveza encima.
—Este lugar es un poco más bullicioso que los lugares que solemos frecuentar — advirtió Paula.
Deborah se dio vuelta y sonrió.
— ¡Es fantástico! Me encanta probar lugares nuevos y conocer gente nueva.
El único problema era que Deborah había invitado a todos los amigos que tenían, así que lo más seguro era que no conocerían a nadie nuevo.
—No sé si esta noche tengo el ánimo para mucha aventura, Deborah —le avisó Paula. No era que no le gustara probar cosas nuevas, pero prefería lugares menos masivos. Ese bar estaba que explotaba de gente.
—Entonces, por una noche haz de cuenta que te encanta —le soltó Deborah a su vez riéndose, al tiempo que tiraba de Paula hacia la barra y pedía dos cervezas.
Paula sacudió la cabeza, pero siguió a su amiga, aunque no estuviera segura de que fuera tan buena idea.
—Como quieras —dijo e intentó disimular la extraña sensación que de pronto se había apoderado de ella. Los exámenes de mitad del semestre acababan de finalizar, y tenía un respiro antes de tener que entregar el siguiente trabajo de investigación. No era mala idea desconectarse unas horas. —No nos quedaremos hasta muy tarde.
¿Estaría siendo demasiado cauta? Probablemente sí, se dijo mientras se deslizaba entre una pareja que estaba en medio de un debate acalorado sobre las últimas disputas políticas.
Era difícil evitar este tipo de discusiones en un bar en
Georgetown. No sólo estaban a pocos kilómetros del centro de la administración federal, donde la propiedad era tan cara, sino que la zona era pura historia. Las calles estaban en su mayoría recubiertas de adoquines de la época colonial, e incluso una pequeña casa adosada podía costar muy por encima del millón de dólares. Los adoquines habían sido traídos como lastre para el comercio del ron, pero los debates políticos se debían a la proximidad del gobierno federal. Ella sospechaba que muchas de las personas que se encontraban allí eran estudiantes de estudios internacionales, licenciados en ciencias políticas, o estaban haciendo pasantías para un senador o diputado.
—-Esto es increíble —le gritó a voces Deborah, sonriendo de oreja a oreja, evidentemente excitada de frecuentar un ámbito nuevo y no los lugares a los que solían ir.
Aquel bar era más oscuro. Seguramente, lucía con orgullo los ladrillos a la vista y las pesadas vigas de madera en el techo, que podían ser o no de la época colonial. Si no lo eran, a Paula le costaba creer que el dueño confesaría que eran vigas nuevas.
Muchos de los locales promocionaban el "look antiguo" de sus edificios, reacondicionándolos para que estuvieran ambientados al estilo de la colonia, pero con todo el equipamiento moderno. Por supuesto, estaba aquel bar a la moda que conocía, que se jactaba de tener agujeros de bala en la pared. No es que aseguraran que las balas fueran de la época de la colonia, pero la idea era que cada bar debía tener alguna particularidad.
Tomó la cerveza que le pasó Deborah y luego se dio vuelta, tratando de encontrar un lugar para sentarse. Las posibilidades de encontrar una silla o un banco en un lugar tan multitudinario serían escasas, pensó mientras paseaba la mirada por el bar.
Paula lo vio en el instante en que Deborah le dio la espalda.
Estaba en un grupo de otros cuatro o cinco hombres, y todos estaban riéndose de algo. Pero él no. Él tenía la mirada fija en ella. Sus ojos parecieron atrapar los suyos. Aquellos ojos eran tan intensos, la mirada tan profunda que la sacudió de arriba abajo. Pero más que sus ojos fueron atrapados. Todo su cuerpo quedó paralizado, al tiempo que el ruido, la multitud, el olor húmedo de la cerveza y las otras bebidas... todo desaparecía como por arte de magia, en tanto ella se quedó mirándolo a su vez. No pudo respirar ni quitarle los ojos de encima. Ni siquiera se pudo mover.
Tampoco advirtió que Deborah se dio vuelta y estaba intentando iniciar una conversación con ella hasta que soltó un resoplido:
— ¿Quién es ese tipo?
Paula hizo un esfuerzo sobrehumano, pero al fin consiguió apartar la mirada y echar un vistazo a su amiga. ¡Descubrió horrorizada que Deborah también tenía la mirada fija en él! ¡En su candidato! Y había un gran interés reflejado en los preciosos rasgos de Deborah. Una ola de celos, caliente y fuerte, apuñaló el cuerpo de Paula. No le gustaba que su amiga estuviera siquiera mirando a un hombre que ya consideraba suyo.
De acuerdo, eso era ridículo. No podía reivindicar la posesión de un ser humano sólo porque se estuvieran mirando el uno al otro desde la otra punta del bar. Pero no había manera de reprimir los sentimientos de furia que explotaron dentro de Paula al ver a su amiga inspeccionando al desconocido alto y buen mozo. Paula intentó adoptar una actitud racional. Ella no tenía ningún derecho sobre el tipo.
Pero de todos modos, de pronto se sintió indignada de que Deborah hubiera osado mirarlo.
Eran celos repentinos y devoradores, un sentimiento que jamás había experimentado Paula, así que no estaba segura de cómo manejar ese nivel de intensidad. En el pasado los hombres jamás la habían afectado. Para ella eran sencillamente otros seres humanos con los que podía estudiar o bromear cuando hacía una pausa en el estudio.
Con este hombre resultaba completamente diferente. Y completamente irracional.
En lugar de blanquear sus celos, Paula dio un sorbo a su cerveza y tiró de Deborah para que se metiera dentro de la multitud hasta perder al hombre de vista, aunque la cabeza rubia de Deborah seguía estirándose hacia todos lados intentando encontrarlo.
Deborah no tenía ningún escrúpulo en hacerle saber a un tipo que estaba interesada en él. Pero -no necesitaba un poco de tiempo para superar lo de Brian?
¡Acababa de romper con su novio esa misma semana! ¿Qué hacía comiéndose con los ojos a otro hombre tan pronto?
Era ridículo y una falta de respeto para los sentimientos de Brian, por no mencionar los tres años que habían estado juntos.
Paula intentó por todos los medios ignorar sus celos, alentando a Deborah a hablar de sus clases y de sus amigos para distraerla del magnífico hombre. Cuando un par de amigos más se unieron a ellas, sintió alivio de tener finalmente apoyo para desviar el interés de Deborah del hombre que Paula ya reclamaba como suyo, al menos mentalmente. Eso no quería decir que ella misma no haría algo para aliviar el intenso deseo de saber más sobre ese individuo apuesto, dueño de un par de penetrantes ojos azules como el hielo.
Por desgracia, Paula no era como Deborah. Así como Paula era tímida e introvertida, Deborah era la fiestera, la que obligaba a Paula a salir y divertirse más.
Deborah tampoco ocultaba su interés por el sexo opuesto.
Cuando quería un hombre, se dirigía directamente a él y comenzaba a hablarle. Paula jamás había sentido la
necesidad de hacerlo, pero sabía que esa noche no abordaría a ese sujeto. No era lo suficientemente valiente.
Además, su mirada le provocó sensaciones atemorizantes en todo el cuerpo. ¡Y ni siquiera la había tocado! No, era demasiado para ella. Lo mejor era mantener la distancia con aquel tipo de... lo que fuera.
Una hora después, Paula tuvo unas ganas tremendas de ir al baño. Por desgracia, el hombre que había advertido más temprano estaba ubicado cerca del corredor donde estaban los baños. Cambió de posición en la silla, decidida a ignorar las ganas.
Pero cuando Deborah salió con que también quería ir, Paula no iba a dejar que fuera sola.
—Voy contigo —dijo, decidida a evitar que Deborah y el desconocido se volvieran a ver. Paula sabía que el tipo no podía ser suyo. No era ni glamorosa, ni rica, ni ninguno
de esos adjetivos que se le podrían aplicar a la mujer que apareciera tomada del brazo de aquel hombre. Era aceptablemente bonita, con su cabello ondulado color castaño, que tenía una tendencia a alborotarse. Tenía una figura bastante pasable, pero tampoco era modelo de ropa interior.
Para resumir, Paula sabía que era un tipo de mujer totalmente común y corriente.
En cambio, Deborah no sólo era rubia y hermosa, sino que tenía un encanto que parecía atraer a los hombres como moscas. Era simpática y divertida, además de increíblemente inteligente. Y durante el último año, se habían vuelto buenas amigas y compañeras de estudio. Pero en ese momento, Paula pudo decir con total sinceridad que detestaba a Deborah. Porque sabía que ella le iba a hablar al desconocido. Paula lo podía ver en sus ojos, y no podía hacer nada para detenerla.
Se sentía completamente impotente, desesperada por evitar que Deborah se anotara una conquista más a su favor, pero al mismo tiempo no se le ocurría nada para impedir que usara su magia.
Paula no tenía duda alguna de que Deborah se iba a acercar al hombre. Lo vio en sus ojos, mientras ella le echaba un vistazo al tipo, preocupada al medir la distancia entre su amiga y él.
Pero apenas logró encontrarlo en medio de la multitud, se dio cuenta -de que ¡ la estaba mirando a ella!
Deborah incluso se estaba arreglando el pelo, haciendo todo lo posible por que la viera. Paula miró de Deborah al desconocido, y se preguntó cuándo advertiría a la bellísima rubia al lado de ella.
Los ojos del desconocido no se apartaron jamás de Paula, y cuando se dio cuenta, el estómago le dio un vuelco.
Se abrieron paso por el corredor hacia el baño de mujeres, y Paula respiró aliviada. Un desafío menos, otro por delante.
Tal vez podía sacar a Deborah del bar.
Tal vez si se iban, Deborah no tendría tiempo de posar la mirada en...
— ¿Lo viste de nuevo? —dijo Deborah enfervorizada mientras ambas se lavaban las manos.
Paula sintió que se le cerraba la garganta cuando notó el brillo decidido en sus ojos.
—Iré a hablar con él —declaró.
Paula suspiró resignada. Cuando Deborah se lanzaba al acecho, los hombres tendían a caer rendidos a sus pies.
Se batió la cabellera rubia una vez más, y Paula se lamentó de no haberse hecho algo un poco más sofisticado con sus rulos rebeldes. Formaban como un halo alrededor de su cabeza, como si fuera una especie de gitana bohemia, en lugar de ser lacios y satinados como el cabello rubio de Deborah. Su amiga tenía incluso esos preciosos ojos azules que podía pestañear con coquetería a cualquier hombre para someterlo a su arbitrio. Paula se miró los aburridos ojos castaños, deseando por primera vez que su rostro fuera más atractivo, de una belleza devastadora. Si bien tenía pestañas largas, la boca era demasiada ancha y carnosa, la nariz demasiado pequeña para ser cualquier otra cosa que simpática, en lugar de sofisticada y seductora. No tenía las mejillas escuálidas, un rasgo muy a la moda últimamente.
Incluso tenía el puente de la nariz y las mejillas salpicadas con pecas que por lo general se cubría con base, aunque esa noche no se hubiera tomado la molestia de hacerlo, para su gran enojo.
Paula soltó un suspiro y miró detrás de ella a la curvilínea figura de Deborah, preguntándose cuánto tiempo le llevaría a Deborah tener al desconocido en la palma de la mano.
Salieron del corredor, y Paula mantuvo la cabeza gacha, no queriendo ver a Deborah apoderarse de otro hombre más.
¿Por qué su amiga no podía pasar éste por alto? - ¿Por qué no podía dejar que al menos uno, éste que era tan especial, siguiera su camino, sin caer en sus redes?
De pronto, le cortaron el paso, y alguien le extendió una cerveza con la mano.
Levantó la mirada, pero todo lo que vio fue un torso enfundado en tela de jean.
Advirtió que se trataba de un torso extraordinariamente musculoso. El corazón le comenzó a latir locamente, porque sabía exactamente quién era. Su mirada siguió subiendo y no lo pudo creer cuando sus ojos color castaño claro atraparon los de él, azules como el hielo.
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