viernes, 5 de mayo de 2017

CAPITULO 1 (SEGUNDA HISTORIA)








Yo puedo hacer esto —susurró para sí—. Creí que podía, pero me resulta imposible.


Paula hundió los hombros e intentó encontrar las respuestas en el fondo de su copa de Martini. Por desgracia, la bebida parecía burlarse de ella, formando pequeños círculos en la superficie y disipándose rápidamente como si dijera: "Jamás
debiste venir aquí".


O tal vez el movimiento de la copa fuera sólo un indicio de que alguien pasaba dando fuertes pisadas, que sacudían el líquido que estaba dentro.


Mantuvo la cabeza en alto, tratando de decidir qué hacer. 


Apenas hacía menos de una semana que estaba en su nuevo empleo y ya le encantaba. La gente era divertida, trabajadora, sumamente inteligente..., todo lo cual lo hacía un lugar de trabajo ideal, donde sentía el incentivo de brillar y destacarse y, lo que era mejor, respetaba a sus colegas. 


Sabía por instinto que el grupo Alfonso alentaba la competencia, pero, a diferencia de otros bufetes, no consentía las traiciones ni la presión que llevaba a renunciar a un caso si no se podía ganar. Oh, ¡y cómo ganaban casos! 


Los clientes llegaban al Grupo Alfonso en busca de asesoramiento legal de todos los rincones del país, incluso de todo el mundo, porque sabían que el grupo Alfonso cumplía. La diferencia era que su éxito se debía a un equipo legal brillante versus tácticas legales poco éticas.


Había otros estudios de abogados que tenían una reputación similar, aunque ninguna era tan glamorosa como la del grupo Alfonso. Sumar en su curriculum algunos años trabajando en este estudio la prepararía para el éxito, cualquiera fuera el siguiente paso que decidiera tomar en su carrera profesional.


No, el trabajo y las personas que trabajaban allí no eran el problema. Incluso el lugar era perfecto. Chicago era una ciudad fabulosa con museos excelentes, una comunidad artística floreciente, millones de shoppings y una gran variedad de personas con las que podía interactuar.


No, todos sus dilemas eran personales. Había sido una ridícula en convencerse de que podría manejar ese problema. Después de sólo unos días, sabía que el tema la superaba. Pedro Alfonso.


Ese día, más temprano, había visto al formidable y espléndido hombre. Y el solo hecho de verlo, de echarle un vistazo al entrar en una sala de conferencias, era el motivo por el cual se hallaba allí, intentando ahogar sus problemas en un Martini.


Desgraciadamente, se dio cuenta de que no le gustaban los Martini después de pedir el potente cóctel.


Tampoco le gustaba la reacción que había tenido su cuerpo cuando se reencontró con Pedro Alfonso. Estuvo a punto de hacer un papelón. Por suerte, no creyó que él la hubiera visto tropezarse, ni ninguno de sus colegas, algo que debía agradecer. Se tuvo que aferrar de una silla para evitar la caída. Seguramente, se vio ridículo, pero al menos no se había caído al suelo. Podría haber desestimado el accidente como una casualidad si no hubiera estado a punto de golpearse en la frente sobre mesa de la sala de conferencias, un objeto sobre el que no mucha gente se tropezaba, dados su tamaño y ubicación evidente en el medio de la sala. Pero, claro, no todo el mundo acababa de toparse con el amor de su vida después de tantos años.


Paula suspiró y le dio otro sorbo a su Martini. Tal vez debía insistir hasta terminarse el trago. Obligarse a beberlo. Con suerte, el alcohol impediría que la imagen se repitiera una y otra vez en su cabeza. Finalmente, terminaría por no sentir nada. Era posible que así pudiera también manejar el tema con Pedroencontrarse con él una y otra vez hasta que el cuerpo le quedara insensibilizado.


Quizás el hecho de habérselo cruzado hoy y la humillante reacción habían sido nada más que un accidente. Tal vez si sólo se acercaba a él y le hablaba, si lo saludaba y le preguntaba qué tal había sido su día, no se sentiría tan ofuscada cada vez que se cruzaba casualmente con él. Un poco como darse una vacuna contra la alergia para fortalecer el sistema inmunológico.


Suspiró y dio otro sorbo a su Martini, haciendo una mueca ridícula al intentar tragar la desagradable bebida. Tuvo que reconocer que su idea era muy estúpida. El hecho concreto era que aunque habían pasado seis años de no verlo, el atractivo o el impacto que ejercía sobre ella durante su época universitaria no habían disminuido en absoluto. Cada vez que lo veía, perdía el habla. Igual que hoy. Se le aflojaban las rodillas, le costaba respirar, comenzaba a temblar y era incapaz de formar una frase coherente.


¡Tal vez fuera una alergia!


Casi se le escapa una carcajada. Miró su bebida. -Estaría llegando ya a la etapa de la histeria con apenas unos sorbos de Martini?


Sacó una carpeta de su maletín de cuero, con la intención de trabajar un poco. No pensaría más en Pedro. Simplemente lo expulsaría de la mente cada vez que apareciera. -¿Y si se lo cruzaba por los pasillos en la oficina? Sabía que era una posibilidad cuando aceptó el puesto en el grupo Alfonso. 


Bueno, en realidad ella sabía que era uno de los dueños. 


Habría sido una idiota si hubiera creído que nunca lo vería.


Pero después de tantos años creyó haber superado lo que sentía por él.


Sacudió la cabeza con sorna. -Se podía superar lo que se sentía por una persona como Pedro? Era realmente único. 


Recordaba la primera vez que lo había visto, riéndose a las carcajadas en un bar igual a éste. Ella era estudiante de segundo año en la Universidad de Georgetown, en Washington, D. C, y él, asistente para un juez de la Corte Suprema.


Había sido un tipo estupendo, pensó con una sonrisa. Tan alto, tan apuesto, y era posible ver el encanto y el carisma que brotaban de su sonrisa...







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