Salió de allí lo más rápido que pudo, casi poniéndose a correr para alejarse de la casa. Pero si no lo hacía, no estaba seguro de tener la fuerza para hacerlo después.
No cuando tenía ese aspecto de garita sexy sobre el sillón, sentada sobre las piernas dobladas, y con esas preciosas medias rosadas en los pies. Siempre lucía tan sofisticada en el trabajo, con esos tacones aguja y las faldas apretadas que no dejaban nada librado a la imaginación respecto de las curvas de sus nalgas y sus piernas.
De hecho, ¡eso no era cierto! Sus nalgas eran aún mejores desnudas, según recordaba. Se apuró aún más, hasta llegar a su auto y zambullirse dentro antes de cambiar de idea.
Dudaba en volver y arrastrarla hasta sus brazos. Podía hacer que lo volviera a desear. Estaba seguro de ello, ¿pero sería justo? Si no lo deseaba, no estaría imponiéndose sin respetar su libertad?
Salió del garaje a toda velocidad haciendo chirriar los neumáticos del auto.
Apretó el volante con fuerza, los nudillos blancos, durante todo el camino de regreso a su condominio. Cuando finalmente llegó a su apartamento, fue directo a su sala y... se detuvo en seco
— ¿Qué diablos hacen todos acá? —preguntó irritado al advertir a sus tres hermanos sentados en su departamento. ¡Y se estaban tomando su mejor whisky!
—¡Estamos celebrando! —dijo Simon eufórico, al tiempo que se ponía de pie y le daba un vaso.
Pedro no dudó. Tomó el vaso y se bebió de un solo trago el líquido color ámbar.
Luego extendió el brazo para que su hermano se lo volviera a llenar.
—¡Y por qué fui elegido para ser anfitrión de la celebración? —preguntó, bebiéndose de un trago también ese segundo vaso.
—Porque eres quien vive más cerca —respondió Ricardo, como si fuera la respuesta más evidente del mundo. Levantó el vaso para que Simon se lo volviera a llenar.
Pedro se sentó en una de las amplias sillas. Sus hermanos estaban todos desparramados sobre el sillón y las otras sillas.
—¿Y? —preguntó. Merecía más explicaciones. Aunque, en realidad, sus hermanos no necesitaban demasiadas excusas para celebrar. En ocasiones se habían reunido simplemente para festejar que fuera martes o cualquier otro día.
Los cuatro hermanos parecían sentirse como él, y bebían whisky a un ritmo desenfrenado. Nadie explicó lo que celebraban, pero las bromas y los chistes fluyeron tal como suele ocurrir entre hermanos. Necesitaba aflojarse, poder olvidar. La opción era emborracharse con sus hermanos o dirigirse directamente a la casa de Paula, levantarla en brazos y hacerle el amor contra la pared. No creía que fuera a agradarle demasiado esta opción, así que puso los pies en alto sobre la mesa de la sala, y se obligó a permanecer allí donde estaba.
Se rio a medida que se emborrachaban. Bromeaban entre ellos por el modo en que vivían sus vidas o por la falta de una novia. Cuando salió el tema, Pedro guardó silencio, con la vista clavada en el líquido de su vaso, pensando en la mujer más frustrante del planeta. Las mujeres se le tiraban encima en las reuniones sociales, aparecían constantemente en la oficina. Ya no podía tener un almuerzo de negocios en un restaurante, porque aparecía alguna en su mesa, soltando indirectas para que las invitara a salir. A veces, ni siquiera se tomaban la molestia de esperar que lo hiciera: se ofrecían para una fiesta o una reunión a beneficio. Resultaba una pesadilla, especialmente cuando la única mujer que quería a su lado era Paula.
—Pues, dudo de que el monje que vive acá sepa algo de eso —estaba diciendo Axel.
Pedro no tenía idea de lo que hablaban, pero al levantar la vista, sus tres hermanos lo estaban mirando.
— ¿Qué? —preguntó.
Los tres entornaron los ojos. Todos sabían de la obsesión que tenía por la gerente del estudio, aunque nadie se lo dijera directamente por temor a que Pedro se enojara porque se metieran en su vida personal. Pero también sabían que había rechazado a otras mujeres desde que Paula comenzó a trabajar para el Grupo Alfonso.
— ¿Cuándo fue la última vez que te acostaste con una mujer? —preguntó Simon.
No tenía pensado contarles a ninguno de sus hermanos sobre la tarde y la noche que había pasado con Paula, que había superado todas sus fantasías. Era cierto que eran sus hermanos y que estaban unidos por sangre y por la profesión que ejercían juntos, pero su relación con Paula era algo de su vida íntima.
—Eres un idiota grosero, ¿lo sabías? —dijo. Volviéndose a Ricardo, cambió de tema, sin molestarse en esperar que Simon le respondiera, ni esperaba que lo hiciera.
—Ah..., ¿qué sucedió en la cafetería entre Paula y ese matón? —preguntó Ricardo—. Me llegó el informe policial, pero creo que la policía sigue esperando que tú y Paula vayan a hacer una declaración.
Pedro se había olvidado por completo del tema.
— ¿Soltaron a ese idiota? —preguntó Pedro, furioso, enderezándose en su asiento—. Si se llega a acercar a ella... —dejó en suspenso la oración, porque sus tres hermanos le aseguraron rápidamente que el matón había sido condenado a realizar servicios comunitarios y a asistir a clases para el manejo de la ira; debía cumplir dos años de libertad condicional.
Pedro no consideraba que fuera un castigo lo suficientemente severo, pero no podía acudir al juez para exigir algo peor. Las cárceles ya estaban atiborradas de delincuentes; no le prestarían demasiada atención a un tipo que le había pegado un puñetazo a una mujer.
Tal vez, Pedro sí podía lograrlo. Se hizo una nota mental de pedirle al principal investigador en el estudio, Marcos, que averiguara sobre los antecedentes del hombre. Cualquiera que estuviera dispuesto a comenzar una pelea en un lugar
público en plena tarde, debía tener algunos secretos bien guardados. Tal vez fuera el momento de transformarse en la peor pesadilla del tipo. Por experiencia, Pedro sabía que alguien así debía tener un montón de cuestiones que había barrido bajo la alfombra. Era hora de sacar todo a la luz, hacer que el tipo se hiciera cargo de sus culpas, pensó gozando de antemano.
—Tienes idea de por qué Paula no discutió la decisión sobre el software de contabilidad que se tomó hoy? —preguntó Axel, tirando al ruedo lo que pensó sería el tema menos polémico.
Ricardo miró a Pedro, que tenía la vista fija en su vaso. Este no tenía ni idea de que sus hermanos estaban esperando una respuesta. Estaba demasiado concentrado en los planes para arruinarle la vida al matón. Así que cuando levantó el vaso para acabarse lo último de su whisky, advirtió que sus tres hermanos lo miraban con un gesto de extrañeza.
— ¿Qué? —dijo, poniéndose de pie y sirviéndose otro vaso de whisky. Necesitaba algo que anestesiara el recuerdo de Paula, el pasado lunes y esa misma tarde, cuando parecía tan suave y cálida, sentada en su jardín diminuto pero acogedor.
Simon se rio de la expresión irritada de su hermano.
—Hablábamos de la reunión del personal de hoy —dijo—. Evidentemente, tú sabes tanto de lo que estamos hablando como lo sabía ella esta mañana.
Como los cuatro habían acabado la primera botella de whisky, Pedro fue a sacar otra del aparador donde guardaba los licores. Pero al escuchar hablar de la reunión del personal, dejó caer la botella de whisky. La misma reunión después de la cual había besado a Paula por primera vez desde hacerle amor.
Levantó la mirada para observar a los otros con recelo, tratando de disimular su reacción:
— ¿Qué tiene de importante?
Simon, Axel y Ricardo se miraron sorprendidos, y luego de nuevo a Pedro, que se hallaba limpiando un charco de whisky con treinta años de añejamiento, para luego sacar otro de su provisión.
— ¿Qué está pasando? —preguntó Axel, que no hizo más que decir en voz alta la pregunta del resto.
—Nada —respondió con brusquedad y apoyó con un fuerte golpe la siguiente botella de whisky en el medio de la mesa, de modo que nadie tuviera que hacer ningún esfuerzo por levantarse para la siguiente ronda. Ni siquiera él. — ¿A qué se debe la pregunta? — ¿Habría revelado algo? No quería hacer nada que hiciera sentir incómoda a Paula. La tarde y la noche que pasaron juntos era un secreto de ambos.
Si alguien se enteraba, sufriría una humillación. No lo había explicitado, pero él la conocía lo suficiente como para saber que le importaría, y mucho. Ricardo levantó una ceja.
— ¿No te pareció raro que aprobaran el software de contabilidad?
Pedro se encogió de hombros y bebió otro sorbo. Evitó mirar a cualquiera de sus hermanos a los ojos. Simon ladeó la cabeza y dijo:
— ¿El software menos costoso? ¿El que ella no quería que instaláramos?
La mano de Pedro quedó paralizada en el aire al escuchar la noticia. ¿Realmente había sucedido eso durante la reunión? ¡Maldición! Estuvo completamente ajeno a todo. Había estado observando a Paula durante la reunión, notado que estaba especialmente callada. Era evidente que no había estado concentrado en la agenda.
—Creo que ella estaba pensando en otra cosa. Habrá que conversarlo con ella la semana próxima.
Simon se rio y sacudió la cabeza.
—No me puedo imaginar en qué estaría pensando... —y lanzó una mirada a su hermano, tratando de provocarlo para que reaccionara. Pero después de tantos años tomando partido, Pedro mantuvo silencio. Otra señal más de que esto se trataba de algo serio.
Simon echó un vistazo a sus hermanos. Ante el silencio de Pedro, sus rostros manifestaron preocupación.
Pedro sabía exactamente lo que estaban tramando.
—No voy a hablar de esto. No tengo idea de lo que piensa ella —dijo con honestidad. Tal vez pensara que el encuentro con él había sido fantástico y no quería arruinarlo intentándolo de nuevo, o tal vez pensara que era un idiota completo. No tenía ni la más remota idea. —Así que no me miren así.
— ¿Esta semana discutieron?
Pedro se rio.
—En realidad, es la primera semana que no nos hemos peleado por nada. —Lo cual resultaba extraño en sí.
— ¿Crees que disimuló la gravedad del golpe? —preguntó Simon. La preocupación se notaba en su mirada.
Pedro reflexionó sobre ello, recordando el modo en que se había movido en sus brazos el lunes después del altercado. Sí, la habían golpeado. No, no era más grave de lo que suponían. Reprimió implacable la reacción de su cuerpo a esas imágenes y rápidamente sacudió la cabeza.
—Las heridas físicas no son graves. ¿Las mentales? —Encogió los hombros.
Francamente, no sabía cuál era su estado mental en ese momento. Ni siquiera podía hacerse una idea, lo cual era parte del problema.
A partir de ese momento, se apartaron de las cuestiones personales. Era evidente que a todos los hermanos les costaba hablar de sus sentimientos, y como de costumbre se dedicaron a hacerse bromas sobre los casos que tenían entre manos.
Para cuando llegó la medianoche, estaban demasiado ebrios para regresar a casa, así que cada uno encontró su dormitorio respectivo, mientras que Pedro se desplomaba sobre su propia cama. Pero ni todo el whisky que había bebido aquella noche logró insensibilizarlo del deseo por esta única mujer que lo volvía constantemente loco. Que durante años lo había vuelto loco de deseo.
Algo tenía que ceder, pensó. No sabía cuánto tiempo más podría comportarse como un caballero cuando estaba con ella. Tal vez comenzaría su propia firma en algún otro lugar.
Lejos de Chicago, para no dejarse tentar todos los días de su vida por su figura sexy encima de aquellos tacones aguja.
Maldición, ¡Al menos debía dejar que se mudara a una oficina en otro piso! Ella lo había intentado varias veces en el pasado, pero él simplemente lo había prohibido, distribuyendo él mismo las oficinas para que siguiera en su piso. Sonrió al levantar la mirada al cielo raso de su oscuro dormitorio, pensando en la vez en que había dispuesto que su oficina estuviera justo al lado de la suya. Se rio entre dientes en la oscuridad. Paula no había aguantado más que unos días aquella decisión, tras lo cual
inventó un motivo para trasladar su oficina nuevamente al otro extremo del pasillo.
*****
Ya se había secado las lágrimas tras la manera en que Pedro había prácticamente salido huyendo de su casa esa tarde. El insulto final fue cuando hizo chirriar los neumáticos en el momento en que salió a toda velocidad de su garaje.
¡Qué desesperado había estado por alejarse de ella! Tan patética era que tenía que alejarse a toda velocidad?
Se limpió la mejilla con furia, irritada de seguir llorando.
Basta, se dijo con firmeza. Basta de tratar de entender este asunto. Tenía que pensar en un modo de olvidarlo. Tuvieron una noche juntos, que había sido fabulosa, increíble, espectacular. Hasta el beso de aquella tarde la había dejado temblando de deseo.
Pero ahora había que ponerle punto final. Ella quería tener un esposo y niños, mientras que Pedro era un testigo privilegiado de la disolución diaria de matrimonios.
A esta altura de su vida, seguramente no creía más en el matrimonio. Y no lo culpaba. Había visto lo peor y evitado el estado matrimonial durante mucho tiempo, a pesar de la gran cantidad de mujeres que habían intentado llevarlo al altar. Si tantas habían fracasado, ella tenía aún menos posibilidades de éxito.
Pedro seguramente tenía razón en evitar el compromiso y el matrimonio.
De todos modos, aquello no hizo nada para mitigar el dolor que sentía por dentro.
Inhaló profundo en la oscuridad. Sabía lo que debía hacer.
Pero incluso la idea de abandonar el Grupo Alfonso hizo que la tristeza la golpeara por dentro. Había trabajado tanto para alcanzar el estado actual de eficiencia. No sabía si tenía la
energía para comenzar de nuevo en otro lugar.
Pero ¿cuál era la alternativa? No se podía quedar; la única opción era partir. Era mejor cortar por lo sano que morir una muerte lenta observándolo día tras día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario