domingo, 30 de abril de 2017

CAPITULO 3 (PRIMERA HISTORIA)





Estacionaron el auto en la cochera subterránea, y Paula respiró hondo al tiempo que seguía a su amiga, que le sonreía para tranquilizarla mientras caminaban hacia los ascensores, y a su nuevo abogado, que de pronto había adquirido una expresión avinagrada, e ingresaban en el elegante edificio de granito negro con oficinas vidriadas.


Al bajar del ascensor, parpadeó al ver todos los detalles de opulencia y prestigio a su alrededor. Las oficinas legales del grupo Alfonso estaban dentro de un edificio de granito negro, que combinaba el acero brillante con el vidrio reluciente. 


Individuos que parecían inteligentes y preparados se desplazaban de un lado a otro como si tuvieran un propósito urgente en la vida. Abril le había hablado de sus compañeros de trabajo, pero sólo al pasar, y le había contado que el estudio estaba a cargo de cuatro hermanos, todos socios de la firma.


En opinión de Paula, no parecía un estudio de abogados, sino una enorme corporación.


No tenía ni idea de cuántos pisos ocupaba el ámbito de trabajo de cada hermano, pero resultaba intimidante entrar en aquella área bellamente decorada de oficinas, vestida con unos simples jeans y una camiseta rosada, mientras que todo el mundo llevaba trajes sofisticados inmaculados con camisas de seda o corbatas con un aura de poder. Paula se acomodó el cabello detrás de las orejas, deseando haberse puesto algo más elegante aquella mañana, o siquiera haberse peinado, pero siguió caminando con la cabeza gacha, deseando estar en cualquier otro lado que siguiéndole los pasos a este inquietante sujeto para llegar a su opulenta oficina vestida con jeans y una camiseta. Sólo un poco de lápiz labial en la boca, pensó al entrar en la sala elegantemente masculina, la hubiera hecho sentir tanto más presentable y en control de la situación.


— Espera aquí — dijo el insufrible sujeto, abriéndole la puerta y esperando hasta que estuviera dentro antes de volver a cerrarla. De esta manera, ella quedó adentro, y todo el resto, afuera.


Paula clavó la mirada en la puerta cerrada, y sintió que se le estrechaba la garganta por el temor de volver a quedar confinada para el resto de su vida. Respiró profundo varias veces, y logró mantener el pánico a raya. Jamás le había tenido miedo a los recintos cerrados, pero después de la experiencia de aquella mañana, de pronto se sintió agobiada y nerviosa, como si el aire que la rodeaba se hubiera tornado irrespirable por algún motivo.


Retrocedió al centro de la sala y miró a su alrededor, repitiéndose a sí misma que no la habían encerrado con llave.


Seguramente el abogado pensaba que ella era culpable y debía estar en la cárcel, pensó Paula mientras caminaba por la oficina, concentrándose en cualquier otra cosa que no fuera el hecho de que podría haber trabado la puerta desde afuera. ¿La habría metido allí para impedirle que robara los útiles de oficina? Sabía que estaba siendo ridícula. Lo más seguro era que la puerta se cerrara con llave desde adentro, así que la posibilidad de que la hubiera encerrado en su oficina era casi inconcebible. Esta idea la ayudó a calmarse finalmente, y fue capaz de pensar con mayor claridad.


Miró a su alrededor y advirtió los diferentes objetos que había en la oficina. Y como había cerrado la puerta y le había dicho que se quedara allí, nada le impedía revisar un poco sus cosas. Se dijo que era sólo su manera de darse cuenta de si el tipo era bueno en su trabajo, pero tuvo que admitir a regañadientes que también deseaba conocer más
acerca de él personalmente.


Los diplomas en la pared atrajeron su atención, y se acercó para mirarlos más de cerca. Hmmm…, pensó. La Escuela de Leyes de Stanford. ¡Impresionante! ¿Por qué se encontraba esto en el rincón donde casi nadie lo podía ver? Siempre había pensado que las personas que asistían a las grandes universidades que tenían un alto perfil se empeñarían en mostrar sus diplomas lo más posible.


Caminó detrás del escritorio y vio las fotos encima del estante. No había niños ni mujeres, así que supuso que Pedro Alfonso no estaba casado ni tenía hijos. Había varias fotos de cuatro hombres, uno de los cuales era Pedro y los otros tres debían ser sus hermanos, por el parecido entre ellos. Había varias postales de los cuatro hombres: una en un barco sobre un mar color azul transparente; otra con nieve que caía a su alrededor, obviamente un viaje de esquí a alguna montaña que no podía identificar por la foto; otra, de los cuatro hombres con esmoquin… Se tomó su tiempo para mirar cada una de las fotos, y tuvo que admitir, aunque no quisiera, Pedro Alfonso era realmente el más apuesto del grupo.


Con un suspiro, prefirió ignorar las fotos, ya no queriendo pensar en Pedro Alfonso como un hombre buenmozo. Miró a su alrededor, se mordió el labio inferior y se preguntó cómo diablos iba a pagar los honorarios de este individuo. 


Seguramente debía cobrar doscientos o trescientos dólares la hora: imposible pagar semejante suma de dinero.


Por supuesto, se trataba de su propia vida la que estaba en juego. Si el tipo estaba dispuesto a tomar el caso, ¿no debía permitírselo? Detuvo la mirada en la ventana, pero no vio nada. Pensaba en sus bienes. Contaba con un fondo de retiro, pero sólo tenía veintiséis años, así que todavía no había ahorrado lo suficiente. Podía hipotecar su casa, pero como acababa de comprarla el año pasado, su valor era escaso. En otras palabras, no tenía grandes ahorros ni bienes importantes de respaldo. Advirtió con tristeza que estos cargos ridículos la llevarían a la bancarrota.


Toda su vida había sido tan cuidadosa… Se había pagado la universidad trabajando mientras cursaba, había ahorrado todo lo que pudo y se había comprado una casa, porque
todos los expertos en inversiones decían que la propiedad era la mejor inversión, y le pareció sensato seguir sus consejos. Había querido casarse y llenar su casa con hijos.


Federico parecía el candidato perfecto para ser un buen esposo y padre. ¿Cómo podía equivocarse tratándose del director de una escuela? Pero poco a poco se dio cuenta de que se iba a casar con él sólo porque quería cumplir su fantasía de la casa con niños, y no porque lo amara con todo su corazón. Así que terminó por romper el compromiso, queriendo ser honesta y amable, y hacer lo que correspondía para que Federico pudiera encontrar a alguien que lo amara como merecía ser amado.


Pero después de devolverle el anillo, él se enojó y comenzó a insultarla. Cuando Paula se marchó durante una de aquellas discusiones, él se había enfadado aún más, al punto en que ella había tenido que bloquearle las llamadas por el celular. Un mes después de romper con él, había vuelto a enviarle flores, que ella rechazó; bombones, que devolvió; pequeños regalos, que envió de vuelta con una nota en la que le decía que no se volviera a contactar con ella.


Toda aquella situación había sido una seguidilla de desastres. Creyó que había llegado a su fin cuando se enteró por una de sus amigas de que se había comprometido con otra mujer. Paula se relajó y bajó la guardia. Obviamente fue un error. Así es como había terminado en ese lugar, parada en la oficina de un desconocido, entrometiéndose en sus cosas, y tratando de controlar una crisis de pánico.


Se sentó en una de los cómodos sillones que conformaban un pequeño living íntimo al lado de la ventana, y dejó caer la cabeza en las manos mientras pensaba en el modo en que todo esto iba a descarrilarle la vida. De alguna manera era Federico quien le había causado esta calamidad. No creía que estuviera muerto. Había algo en toda esta situación que no olía bien, y Federico ya le había advertido que si no volvía con él sufriría las consecuencias. Por mucho que lo pensara, no se le ocurría qué podía hacer ni cómo probar su inocencia, o sus sospechas de que era él quien estaba detrás de todo esto.


¿Cómo podía decirle a la policía que el hombre que ellos pensaban que había matado probablemente ni siquiera estuviera muerto?


¡Todo un dilema!


Pedro no le prestó atención al caos de su agenda, sabiendo que tenía varios casos delicados en curso. El de Paula Chaves había adquirido de pronto una relevancia inusitada, aunque no lograba entender su reacción mientras subía las escaleras al último piso. El grupo Alfonso trabajaba en los últimos cuatro pisos de aquel edificio. Cada hermano tenía un piso por separado con su propio staff de abogados y personal que ocupaba cada lugar disponible. En el último piso trabajaba su hermano Ricardo, y adonde se dirigía Pedro en aquel momento. Había convocado una reunión de emergencia hacía unos instantes, y sabía que todos sus hermanos dejarían de hacer lo que estaba haciendo para reunirse en la sala de conferencias del último piso en los siguientes cinco minutos.


Se había equivocado. Al entrar en la sala de conferencias, sus tres hermanos ya estaban allí.


— ¿Qué sucede? — preguntó Ricardo apenas se cerró la puerta. El mayor y más desapasionado, dio un paso adelante, y sus rasgos denotaron preocupación.


— Estoy tomando un caso pro bono.


Los tres hombres se quedaron mirando a Pedro.


— ¿Y? — preguntó uno de ellos, animándolo a seguir.


Pedro sintió alivio. Sus tres hermanos lo apoyaban, y no se había dicho una sola palabra para desalentarlo. Si bien sabía que siempre se habían apoyado mutuamente, se trataba de una situación especial. Ni siquiera estaba seguro de poder explicárselo a sí mismo, mucho menos a sus hermanos. Pedro miró la mesa, con los puños cerrados sobre sus delgadas caderas.


— Se trata de un caso de homicidio en el que está involucrada una mujer.


Javier se cruzó de brazos.


— ¿Corre peligro la mujer?


Pedro no había pensado en ello. Sabía que no estaba procediendo con total lucidez, motivo por el cual seguramente no debía tomar este caso. Pero lo iba a hacer igual.


— No que yo sepa, pero los mantendré informados a medida que me entere.


— Entonces, ¿qué tiene de especial este caso? — preguntó Axel, observando a su hermano con curiosidad.


Pedro respiró hondo antes de decir por fin las palabras que podían llegar a suscitar una reacción diferente, pero tenía que ser sincero con sus hermanos. Jamás se habían mentido, fuera de las bromas y tomaduras de pelo de cualquier hermano. No iba a explayarse en el asunto. Había algo bien adentro que le decía que era algo demasiado importante.


— Se trata de algo personal. Para mí.


Los tres hombres miraron a su hermano en estado de shock.


— ¿Cuan personal? — preguntó finalmente Ricardo, expresando la pregunta que todos tenían en mente, incluido el propio Pedro.


Pedro eligió cada palabra con cuidado.


— No lo sé. Mi intuición me dice que es muy personal.


Los tres hombres se quedaron pensando. Luego, lentamente, como siempre lo hacían, asintieron con la cabeza indicando que el apoyo era total.


— Nos avisarás cómo te podemos ayudar — le respondió Axel.


No era una pregunta, sino una orden. Los hermanos tenían casi la misma edad, con apenas uno o un año y medio de diferencia entre ellos. Sus padres habían fallecido en un accidente de auto varios años atrás y aquello los había unido aún más: formaron una unidad familiar en lugar de dejar que el vínculo se deshiciera. Pedro era el menor con treinta y tres años. Axel, el que le seguía, tenía treinta y cuatro y siempre se estaba riendo de algo. Era el bromista de la familia, pero también el que recibía y repartía la mayor cantidad de palizas en el gimnasio. A menudo se entrenaban juntos en el ring de boxeo, un deporte que practicaban los cuatro. Javier tenía treinta y cinco y se peleaba constantemente con la gerenta de la oficina, Abril, de quien los otros tres hermanos sospechaban estaba enamorado. Ninguno era lo suficientemente valiente como para meterse en ese campo minado, temeroso de la explosión que podía ocurrir. Ricardo, el mayor y ahora cabeza de la familia, estaba cerca de ser un viejo a los treinta y seis años. Pero su apariencia de hombre maduro no se lo daba su edad, sino el hecho de que andaba siempre serio, y últimamente rara vez sonriera.


Al escuchar el gesto de apoyo, Pedro respiró más tranquilo y asintió con alivio:
— Lo haré. Podría ser un caso difícil.


— Y un tema difícil — dijo Axel, pero comenzaba a sonreírse.


Pedro se volvió a Javier, y le sostuvo la mirada:
— También es muy amiga de Abril. — Quería que su hermano quedara advertido, y tuvo que sobreponerse al instinto de guardar silencio en caso de que Javier explotara, algo que por algún motivo sucedía últimamente con mayor frecuencia.


De inmediato, Javier frunció el entrecejo y se cruzó de brazos en el aire.


— Entonces vas a necesitar toda la ayuda que te podamos dar — dijo, implicando que el problema era Abril y no su clienta— . Lo único que hace ella es crear conflicto.


Pedro abrió la boca para decir algo, y luego miró a Axel y Ricardo. Ambos estaban pensando lo mismo, pero cuando se conectaron las miradas, decidieron dejarlo pasar.


— Tengo que volver a verla — dijo finalmente— . Haré que Emma le envíe a cada uno un informe sobre la evidencia apenas me lo pase la fiscalía.


Una vez en su propio piso, le hizo un gesto a Marcos, su investigador, para que se acercara.


— Necesito que averigües todo lo que puedas sobre estas personas — dijo y le entregó una lista con los nombres de la supuesta víctima, la novia reciente y la preciosa Paula Chaves— . Se trata de un caso urgente. Pon a tu equipo a trabajar de inmediato e infórmame acerca de lo que encuentres — ordenó. Marcos asintió al instante y regresó a su oficina.


Marcos era uno de esos hombres de bajo perfil que pasaba inadvertido en cualquier situación. Pero su capacidad de observación rayaba con lo sobrenatural y tenía la mente más técnica que Pedro conociera. El tipo podía conectar una cámara a los lugares más insólitos, todo para obtener evidencia que pudiera ayudar a sus clientes. Tenía un equipo de investigadores que contaban con conocimientos que metían miedo, habiendo venido todos de grupos de inteligencia o de otras ramas de investigación. El expertise combinado de todos ellos valía su peso en oro, porque terminaban hallando evidencia que exoneraba a sus clientes.


Habiendo puesto en marcha la investigación, Pedro miró hacia su propia oficina y no se sorprendió cuando vio una atractiva cabeza castaña asomarse por la puerta. Casi se ríe si no fuera porque sintió que la irritación se volvía a apoderar de él. Había algo en Paula Chaves que lo afectaba de un modo en que ninguna mujer lo había hecho antes. No lo podía definir, pero sabía que ella tenía algún tipo de fuerza poderosa que él no estaba dispuesto a pasar por alto.


— Oh, no, querida mía — masculló para sí mientras observaba sus lindos ojos grises echarle un vistazo a la sala buscando una salida— . No te vas a ningún lado.


Se desplazó rápido y llegó delante a ella justo antes de que pudiera dar un paso fuera de su oficina. Con un empujoncito, la hizo retroceder, se apoyó contra la entrada y bajó la vista para mirarla, divertido cuando la vio mordiéndose aquel pulposo labio inferior.


— ¿Te ibas a algún lado? — preguntó con tono burlón.


Paula ocultó las manos detrás de la espalda.


— Me tengo que ir. — Cuando vio que él levantaba una ceja, suspiró— . Realmente, tú eres el mejor entre los mejores — dijo, hundiendo las manos en los bolsillos, sin darse cuenta de que la postura le apretaba la camiseta contra los pechos, revelando los duros pezones y haciendo que su propio cuerpo también se endureciera— . No tengo idea de lo que cobras por hora, pero no me puedo dar el lujo de pagarlo.


— Paula, lo que no puedes darte el lujo es de salir de esta oficina — dijo, sin prestarle atención a su comentario sobre la tarifa que cobraba por hora.


Ella sacudió la cabeza.


— Lo más seguro es que cobres doscientos o trescientos dólares por hora, ¿no es cierto? — preguntó.


Pedro encogió un hombro. La preocupación en sus ojos grises le confirmó mentalmente lo que ya había decidido antes.


— ¿A qué te refieres? — No le aclaró que sus honorarios estaban más en el orden de los setecientos a mil dólares por hora, dependiendo de la complejidad del caso. Y eso era sólo la tarifa por hora. En el caso de ella, se acercaría más al tope máximo, por no mencionar el costo por hora de todos los investigadores que acababa de enviar a la ciudad, así como también el personal de apoyo y las posibles presentaciones legales necesarias.


— No me puedo dar el lujo de contratarte. No puedo reunir ni cerca de esa cantidad de dinero — explicó, desesperada ahora por salir de esta oficina antes de que se acumularan los cargos. Se sentía tan humillada de tener que siquiera admitir semejante situación a un hombre como aquél, que, probablemente, podía darse el lujo de tener todo lo que pudiera llegar a desear.


— Paula, siéntate — le ordenó, caminando hacia su escritorio, indicando que debía tomar asiento en uno de los sillones de cuero delante de él— . No te preocupes por el costo de tu defensa. Lo calcularemos cuando ya esté todo arreglado.


Ella se quedó parada un largo rato, no sabiendo si responder a su razón o a sus instintos. Sentía que este hombre le traería problemas a su vida y que nada volvería a ser igual.


Él comenzó a hojear algunos papeles que tenía sobre el escritorio, pero cuando ella continuó parada al lado de la puerta, levantó la cabeza para mirarla. Al ver que seguía ofuscada, volvió a caminar hacia ella y se detuvo cuando la tuvo enfrente. Tomándole una de las manos en la suya enorme, notó que tenía los dedos fríos, y que éstos comenzaban a temblar otra vez.


— Sé que estás asustada y no sabes qué va a pasar. Pero tienes que confiar en mí. Soy muy bueno en lo que hago, Paula. Tú relájate y avancemos paso a paso. Ya no estás en
la cárcel, pero dudo de que puedas trabajar, así que vamos despacio y resolvamos cada problema a medida que vaya surgiendo. Déjame preocuparme por la estrategia de alto
vuelo y tú te preocupas por responder a mis preguntas. ¿Te parece? — preguntó con suavidad, tratando de calmarla, pero también estaba luchando contra el deseo de atraerla hacia sí para besarla. En lugar de darle rienda suelta a ese deseo, dijo: — Así que vamos a hablar un poco de la historia — sugirió, tratando de darle algún tipo de consuelo, pero sin saber bien cómo— . ¿Cómo era tu novio? — preguntó conduciéndola a su escritorio para que se sentara al lado de él.










CAPITULO 2 (PRIMERA HISTORIA)




Paula avanzó al banco del acusado. El miedo se reflejaba en sus ojos desorbitados, y le temblaba todo el cuerpo. No podía creer que aquello estuviera realmente sucediendo.


¿Cómo había perdido el control de su vida de semejante manera?


Llevaba jeans y una camiseta en lugar de un traje que le habría dado un aspecto más profesional. Dado que la policía le había golpeado a la puerta a primera hora de la mañana, estaba sin maquillaje, tenía el cabello completamente revuelto y lucía aterrada.


La policía había llegado con una orden de arresto alrededor de las cuatro de la mañana, y la despertó de un sueño profundo, acosándola con preguntas y un trozo de papel, un instante antes de comenzar a revisarle la casa. Había atendido la puerta en bata, apartándose los rulos castaños de los ojos y haciendo un enorme esfuerzo por enfocar la mirada. Ahora estaba delante de una sala llena de gente, tratando desesperadamente de entender qué pasaba.


— ¿Tiene asesor legal? — le ladró el juez por encima del barullo de la sala.


Paula miró a su alrededor, hasta que por fin entendió que el juez le estaba hablando a ella. ¿Asesor legal? ¿Esto le estaba sucediendo realmente a ella?


— Ehhh… — comenzó a decir, pero no tuvo oportunidad de responderle al juez.


Estaba a punto de abrir la boca, cuando la detuvo alguien que se encontraba detrás de ella.


— Pedro Alfonso, su señoría, para representar a la señorita Chaves — se oyó una voz profunda, con autoridad.


Paula miró a su alrededor, echando un vistazo al público. Un hombre altísimo daba un paso hacia delante emergiendo de la multitud. Abrió los ojos shockeada. Alzó la vista para mirar los ojos azules, preguntándose qué hacía allí, quién era y por qué venía hacia delante. Un hombre tan apuesto no debía estar en una sala de audiencias. Y menos parado al lado de ella. Pero pensándolo bien, ¡tampoco ella debía estar allí! En ese momento debía estar saliendo a toda velocidad de su casa, tal vez cayéndose las llaves sobre los escalones de madera y protestando para volver a levantarlas, al tiempo que corría escaleras abajo para llegar a la escuela antes que los chicos. Debía estar preocupándose por evitar derramarse café sobre el traje mientras se abría paso entre el tráfico de la ciudad.


En cambio, por algún extraño e inexplicable giro del destino, se hallaba en este lugar, defendiéndose de un cargo de homicidio.


Tenía que ser una pesadilla de la cual se despertaría en cualquier momento. El cielo aclararía en el horizonte, y tomaría la decisión de ponerse un traje más liviano en lugar de uno de lana, porque seguramente iba a ser un día de otoño caluroso, en lugar de aquellas jornadas frescas y deliciosas que la hacían sentir tanto más motivada.


No, este momento horrible no le estaba sucediendo a ella.


— ¿Cómo se declara la acusada? — preguntó el juez por encima del ruido.


— No culpable, su señoría — afirmó con absoluta confianza aquel caballero espléndido. De pie al lado de ella, ni se molestó en consultarla sobre ninguna de esas cuestiones— . Solicitamos que la acusada obtenga la libertad bajo palabra — estaba diciendo aquel hombre imposiblemente alto.


El fiscal intervino, y Paula giró la cabeza para mirar en su dirección, sin tener idea de lo que decían. ¿Hablaban de ella o de algún otro caso?


— La acusada está imputada de asesinar a su exnovio por celos. El Estado solicita la prisión preventiva para la acusada hasta que se dicte sentencia.


El apuesto galán sacudió la cabeza, fulminando al fiscal con la mirada.


— La señorita Chaves no tiene siquiera una multa por mal estacionamiento — le replicó el individuo alto y corpulento, con una voz de seguridad, profunda y sexy. Paula no podía creer que estuviera pensando en estas cuestiones cuando su vida estaba en juego. — Hace cuatro meses que no tiene relación con la supuesta víctima, y la fiscalía ni siquiera tiene el cuerpo del hombre a quien la señorita Chaves habría matado.


El juez se dio vuelta irritado para mirar al fiscal, asombrado de que se atreviera a presentar un cargo de homicidio sin un cadáver.


— ¿Es verdad? — preguntó.


El fiscal sacudió la cabeza.


— La víctima desapareció hace una semana. Se encontró su sangre sobre el arma homicida con las huellas de la señorita Chaves.


El juez sacudió la cabeza.


— Si no hay cadáver, me da la impresión de que ni siquiera pueden probar que hubo un asesinato. El hombre se pudo haber marchado sin más, se pudo haber ido a una isla en algún lugar remoto — gruñó el juez, evidentemente deseando él mismo hacer algo parecido.


En ese momento intervino el alto buenmozo:
— Dado que no hay cadáver y que la fiscalía no puede probar siquiera que haya habido una muerte, pido que se retiren los cargos presentados contra mi cliente, su señoría. — Paula paseó la mirada rápidamente del hombre alto que estaba al lado suyo al juez, rezando con esperanza para que el hombre de toga negra accediera al pedido de este desconocido.


El fiscal intervino rápidamente.


— La actual novia de la víctima jura que no se trata de una desaparición. Trabaja de director en una escuela secundaria local y tiene enormes responsabilidades. Además había una gran cantidad de sangre en la casa de la víctima; demasiada sangre para que no haya habido juego sucio. En este momento tenemos investigadores en casa de la señorita Chaves excavando su jardín, buscando el cuerpo. Estamos seguros de que lo hallaremos para media mañana.


El juez consideró los dos argumentos contrarios y llegó rápidamente a una conclusión.


— Visto y considerando que no hay cadáver, no voy a detener a la acusada. Pero el caso puede seguir a juicio, y dejaré que el juez que preside el tribunal considere si hay suficiente evidencia para seguir adelante. La acusada será puesta en libertad bajo palabra, pero debe entregar su pasaporte al tribunal hasta el juicio. — El martillo descendió con un golpe. Otra voz ya estaba anunciando el siguiente caso.


Paula sintió que una mano fuerte y decidida le tomaba el brazo y la sacaba de la sala del juzgado. Todavía no sabía bien lo que estaba sucediendo, pero sintió la presencia del hombre alto a su lado. Comenzó a temblar de nuevo, pero esta vez por un motivo completamente diferente.


Y luego vio a Abril y rompió en llanto.


— ¡Viniste! — exclamó Paula y corrió hacia su amiga; le pasó los brazos por los hombros y la abrazó con todas sus fuerzas— . ¡No puedo creer lo que me está pasando! — dijo llorando. Paula era más baja que Abril, pero sólo por la afición que sentía su mejor amiga por usar los tacos aguja.


Abril retuvo a Paula entre sus brazos y modulando en silencio, le dijo "gracias" a Pedroque seguía de pie detrás de la esbelta mujer.


Pedro miró a las dos mujeres que se abrazaban. La que acababa de defender estaba llorando y se sintió apenas culpable de advertir que la mujer lucía excepcionalmente bien en sus apretados jeans que le ceñían tan perfectamente el trasero. Se quedó de pie esperando, queriendo ver si se veía tan bien de frente como de espalda. Tenía el suave cabello color castaño con rulos, que le llegaba a los hombros, y sintió unas ganas tremendas de tocarle los rizos con los dedos. Era demasiado delgada, pensó. Mientras abrazaba a Abril, la camisa se le estiró en la espalda y advirtió las costillas a través de la delgada tela. 


Necesitaba subir por lo menos cinco kilos, y se preguntó si habría bajado de peso por la reciente ruptura con su novio. 


Sabía que generalmente las mujeres o bien dejaban de comer cuando estaban emocionalmente afligidas, o se comían todo lo que tuvieran delante. Al menos, era lo común. En realidad, no sabía si era verdad o no, ya que solía mantenerse bien lejos cuando las mujeres caían en momentos de turbulencia emocional. Prefería las compañeras femeninas divertidas y sexys a las melodramáticas.


Paula se apartó de su amiga, mirándola preocupada.


— ¡Gracias! — dijo, con profunda sinceridad.


Abril sacudió la cabeza mientras seguía sujetando a Paula. 


Todavía no podía sobreponerse al horror de tener que observar a su amiga entrar a la sala del juzgado desde las temibles celdas de la prisión.


— ¿Por qué no me llamaste esta mañana? Recién me enteré de estos ridículos cargos hace como veinte minutos, y tuvimos que venir volando para ayudarte. Prácticamente tuve que secuestrar a Pedro para que llegara aquí a tiempo.


Haciendo caso omiso al nombre "Pedro", sospechando que se trataba del hombre alto, de presencia intimidante, que estaba parado detrás de ella, Paula suspiró y miró el suelo.


— Supongo que me moría de vergüenza. No sé lo que está pasando, no entiendo qué le pudo suceder a Federico ni tampoco lo entiende la policía. Encontraron sangre sobre un
objeto, y ahora suponen que lo maté yo. — Le dirigió una mirada de desesperación a su amiga, ansiosa por que Abril no creyera que pudiera haber cometido un acto como aquel.
— Hace más de un mes que no hablo con él, y fue sólo para decirle que me dejara en paz.


Abril rodeó a su amiga con un abrazo y sacudió la cabeza, tranquilizándola en silencio.


— Te dije que el tipo era un imbécil.


Paula se rio, pero le salió más como un aullido.


— Lo sé. Me lo dijeron todos, pero no les hice caso. Te aseguro que la próxima vez les prestaré atención. — Miró a su alrededor a las personas que iban y venían por el amplio corredor. — Aunque después de esto no puedo imaginar que me vuelva a interesar en un hombre. Ni siquiera sabía que Federico había muerto hasta que la policía me puso las esposas esta mañana. — Se llevó una mano a la boca, tratando de controlar la emoción que amenazaba con sobrepasarla.


Abril esbozó una sonrisa y se enderezó.


— No te preocupes. Si hay alguien que puede llegar al fondo de esta cuestión, es Pedro. Es el mejor abogado penalista en el mundo.


Paula se dio vuelta, para agradecerle al hombre que la había sacado de aquella horrible celda de detención. Pero apenas se dio vuelta, quedó paralizada. Observar al hombre mientras que su vida corría peligro era una cosa. Pero al mirarlo ahora quedó impactada por su altura y su solidez. No era que tuviera sobrepeso. De hecho, todo lo contrario. Tenía el vientre plano y las piernas, largas y aparentemente musculosas. ¡Pero esos hombros! ¿En serio se había parado tanto tiempo al lado de aquel gigante? ¡No podía ser! Habría advertido esos hombros. ¡Debía medir alrededor de un metro noventa!


¡Y esos ojos! Tenían un increíble color azul claro, pero el iris estaba rodeado por una aureola amarilla. Tenía que parpadear para mirarlo.


— Te presento a Pedro Alfonso— estaba diciendo Abril— . Pedro, ella es tu nueva clienta, Paula Chaves.


Pedro miró a la mujer y apretó los dientes. Paula no sólo era una mujer bella. ¡Era espectacular! Los dulces ojos color gris realzaban la palidez de su rostro. Los labios también estaban pálidos en aquel momento, pero sospechaba que era sólo por el shock que acababa de sufrir. ¡Y le estaba sonriendo! 


La mujer acababa de ser arrestada y acusada de homicidio, y le estaba sonriendo cálidamente, mirándolo con admiración y felicidad.


— Es un placer conocerte — dijo Paula, obligándose a sonreír a pesar del hecho de que lo único que quería era derretirse en un charco de la vergüenza que sentía. Este hombre era tan sofisticado, tan elegante y tan increíblemente buenmozo, ¡y la acababa de salvar de terminar en la cárcel! 


Y ella, vestida con sus jeans gastados y una camiseta que había visto mejores días, mientras que parado delante de ella él llevaba un traje que seguramente costaba más de lo que ella ganaba en un mes.


Sintió que de verdad estaba perdiendo la compostura al contemplar a aquel espécimen tan considerado y sofisticado. Pero después se acordó de su situación. Había tachado a los hombres de su vida a partir de hoy a las cuatro de la mañana. Se había hecho esa promesa mientras se encontraba acurrucada en una celda de prisión intentando sacarse la tinta negra de los dedos después de que le tomaran las huellas digitales y le sacaran la foto para la ficha policial. ¡La foto! ¡Qué humillante!


Todo lo que había sucedido esa mañana se debió a haberle echado el ojo a un hombre atractivo y encantador. Federico Richardson había sido dulce y simpático, y tenía una
sonrisa divertida, pero ahora había desaparecido, y todo el mundo creía que ella lo había matado. Si había algo que no necesitaba en su vida en ese preciso momento era un hombre estupendo que parecía ser todo un experto en la cama.


Pedro apartó la mirada a regañadientes de la bella morocha, y le lanzó una mirada asesina a su gerenta de oficina. Abril estaba mirando hacia arriba, sonriéndole a Pedroluego a su amiga y luego de nuevo a él, tratando de evaluar la reacción de cada uno al conocerse. Aquella mirada le decía que ella sabía perfectamente bien lo que se le estaba cruzando por la cabeza a Pedro.


Miró de nuevo a la otra mujer, le extendió la mano y le envolvió con la suya su diminuta mano. La sintió temblar y tuvo unas ganas irresistibles de tomarla en los brazos y abrazarla con fuerza, para decirle que él se haría cargo de todo. No tenía ni idea de dónde había salido ese instinto protector. Las mujeres eran agradables, suaves y tibias, y le encantaba cuando compartía la cama con alguna de ellas. 


Pero Paula Chaves no parecía ser ese tipo de mujer, lo cual resultaba un problema, porque no sólo quería abrazarla, sentir esos labios voluptuosos y descubrir todos los secretos de su escultural cuerpo, sino que quería estrecharla entre los brazos para decirle que toda aquella locura quedaría atrás.


Pero no lo podía garantizar. Esta mujer bien podía ser una asesina. No sabía casi nada de ella, ni del caso ni de su pasado.


Entonces, ¿por qué se sentía de pronto que podía comenzar a flotar?


Pedro carraspeó y apartó la mirada de aquellos suaves ojos grises. Enderezando el cuerpo, se dijo por dentro que no debía dejarse engañar por una cara bonita.


— Volvamos a mi oficina — masculló. Soltó la mano de la mujer y se abrió paso entre la multitud, tomando con fuerza el brazo de la bella señorita Chaves para asegurarse de que no se perdiera. No era que pensaba que se escaparía. Para nada. Se trataba de la necesidad de sentir una conexión física. Era extraño, pero después de tener su mano entre la suya, no se sentía bien sin ese vínculo. Había tocado su mano, y ahora quería tocarle todo el cuerpo. No la quería perder de vista. No porque creyera que era culpable. Sino porque quería regodearse con sus hermosos rasgos durante más o menos las siguientes veinticuatro horas. Sí, tal vez sería suficiente para sobreponerse al impacto de aquellos hermosos y dulces ojos grises.


Paula se vio en apuros para seguir las grandes zancadas del altísimo hombre que caminaba a su lado, pero no conseguía que le soltara el brazo, y se halló prácticamente corriendo para seguirle el tranco. Incluso a Abril le costaba seguirlo mientras corrían por los pasillos de mármol, y su amiga miraba a su jefe como si fuera un extraterrestre.


— Pedro, ¡espera! — exclamó Abril, tratando de que caminara más despacio. No podía seguirle el ritmo con esos zapatos de taco aguja, y también advirtió la mirada desesperada y confundida de Paula.


Pedro no la oyó. Caminó hacia el auto de Abril y abrió la puerta trasera, ubicando a la misteriosa mujer sobre el asiento, mientras él se dirigía al lado opuesto.


— No tengo ni idea de lo que le pasa, Paula — dijo Abril, mientras ambas mujeres lo observaban caminar rápidamente rodeando el auto por delante— . Por lo general, es un hombre encantador.


Paula quería replicar, pero el hombre al que acababa de considerar buenmozo y agradable, y que ahora no le quedaba ninguna duda de que era un imbécil arrogante, se estaba metiendo en el asiento del conductor y empujándolo hacia atrás para que le entraran las larguísimas piernas. ¿Le importó que Paula tuviera que mover rápidamente las piernas al otro lado porque ya no quedaba espacio en el asiento trasero? ¡Por supuesto que no!


Manejaron en silencio a la oficina de Abril. Paula ya había estado en aquel edificio algunas pocas veces cuando había ido a buscar a Abril para almorzar o para un happy hour. Jamás había entrado. Quería hacer preguntas, averiguar lo que estaba pasando, lo que sabía el hombre y lo que no le contaba. Él manejó a través de las calles de Chicago y ella le observó las manos, sin darse cuenta de que se estaba fabricando sueños tontos y románticos, o aun peor, que estaba teniendo fantasías sexuales acerca de esas manos, hasta que el sol desapareció, ella parpadeó, y regresó a la realidad de golpe