sábado, 27 de mayo de 2017

EPILOGO (CUARTA HISTORIA)





Cinco años después



Paula salió de la habitación bamboleándose de un lado a otro y miró furiosa a Pedro al tiempo que él levantaba a su hija de tres años en brazos.


Pedro, ¿qué le diste a Lucia de desayuno? —preguntó irritada, pero ya conocía la respuesta.


— ¿Te acuerdas de lo que desayunamos? —le preguntó Pedro a Lucia, que se tapó la boca con sus manos regordetas para sofocar una risita.


—Nada —dijo, cauta, y luego miró a su padre para que le diera el visto bueno.


—Pues, sí, algo comimos —la corrigió, guiñándole el ojo.


—¡Oh! —dijo y volvió a soltar una risita—. Leche y una manzana, mamá —recitó como si la hubieran aleccionado hace unos minutos.


— ¿Y torta de chocolate? —preguntó Paula, dejando caer el protector solar dentro de su bolso.


—¡Hola! —gritó alguien desde el vestíbulo.


Al instante, Lucia se escurrió para bajarse de los brazos de su padre, y salió corriendo a saludar a su primo Jeremias, que era dos meses mayor que ella, aunque no se jactara de ello, como señalaba ella cada vez que salía el tema.


Mia entró con Eva en brazos, esquivando a Lucia y Jeremias, que pasaron corriendo a su lado.


—¡No salgan a la piscina si no hay un adulto para mirarlos! —gritó con un suspiro—. ¿Otra vez torta de chocolate para el desayuno, Pedro?


Pedro abrió los ojos grandes.


— ¿Cómo...?


Simon entró un instante después, sacudiendo la cabeza.


—A mí jamás me dejarían hacer algo así —dijo, y se inclinó para besar la mejilla de Paula—. ¿Cómo te sientes hoy? ¿Mejor?


Paula apoyó una mano en la parte baja de la espalda, mientras la otra cubría su embarazo de ocho meses y medio.


—Estaría aún mejor si mi marido dejara de atiborrar a nuestra hija con azúcar a la hora del desayuno.


—No pasa nada —replicó Pedro, y le pegó un puñetazo a su hermano menor en el brazo antes de volverse para discutir con su esposa—. Cada tanto necesita un poco de chocolate para contrarrestar las salchichas de tofu que siempre le estás dando. Necesita un poco de grasa. —Se dio una palmadita sobre el estómago; los músculos estaban aún más marcados que el día de su casamiento cinco años atrás.


Se oyó un revuelo al costado de la casa, y aparecieron Ricardo y Carla, junto con sus mellizas de dos años, Morena y Matilde. Constantemente trataban de seguirles el ritmo a Jeremias y Lucia, que a su vez animaban a las mellizas a que realizaran las mismas actividades que ellos.


Apenas entró Lucia corriendo en la cocina, Carla sacudió la cabeza:
— ¿De nuevo, torta de chocolate?


Pedro clavó la mirada en su cuñada, sorprendido.


— ¿Cómo se enteraron todos de la torta de chocolate? —preguntó. Pero no obtuvo respuesta, ya que Axel y Karen aparecieron en ese momento con su propio hijo, Mateo, que inmediatamente salió disparado para buscar a Lucia y Jeremias.


—Necesitas sentarte —dijo Axel al tiempo que se inclinaba para besarle la mejilla a Paula, y luego le sacaba a Eva a Mía de los brazos, haciéndole cosquillas a Eva en el estómago hasta que terminó riéndose histéricamente—. ¿Por qué no estás en la piscina? A Karen le encantaba bañarse en la piscina cuando estaba embarazada de Mateo. Le aflojaba toda la presión de la espalda.


—Estoy de acuerdo —dijo Paula, y se estiró hacia arriba para pararse. Pedro corrió al instante para ayudarla a levantarse, dándole la mano, al tiempo que mandaban a todos los niños a la piscina. Había una reja con una puerta con candado, para evitar que los niños pudieran acercarse a la piscina cuando no estaban los adultos y sin los flotadores puestos.


Paula dejó hundir su abultado cuerpo en el agua, y al instante sintió el alivio en la espalda. Mia, Carla y Karen se metieron también, y le pasaron un vaso de limonada con hielo. Pedro le calzó un sombrero de ala ancha sobre la cabeza, y luego se dirigió a cuidar los más pequeños en la parte baja de la piscina.


—Cielos, ¿por qué será que los hombres siempre se concentran cerca de la parrilla? —preguntó Carla, al observar a su esposo dirigirse a encender el fuego en la parrilla que estaba en un sector del área de la piscina.


El resto se rio. Pedro y Simon estaban en la piscina, arrojando a los niños en el aire, poniéndolos sobre los hombros y haciendo lo posible por divertirlos. Ricardo estaba ocupado preparando el almuerzo, y Axel amamantaba a Eva en la sombra.


— ¿Quién hubiera pensado...? —dijo Karen en voz alta, mientras observaba a su alrededor el caos y la felicidad.


—Yo, no —dijo Mia con una sonrisa.


—Me alegro de que haya salido todo tan bien —dijo Paula, hundiéndose aún más dentro de la piscina y bebiendo pequeños sorbos de su limonada.


—Creo que salió todo mucho más que "bien" —dijo Carla, con un suspiro de felicidad. Ricardo debió oírla, porque giró hacia ella y le guiñó el ojo antes de concentrarse una vez más en las hamburguesas y las salchichas.


— ¿Son salchichas de tofu? —susurró Mia.


—Sí —dijo Paula, riéndose de su secreto—. Las puse en el paquete de salchichas de carne para que los hombres no se dieran cuenta.


Las demás no pudieron contener la risa. Cuatro hombres y cinco niños dejaron de hacer lo que estaban haciendo para mirar a las cuatro mujeres que se reían a las carcajadas. Las sonrisas se dibujaron en sus rostros y volvieron a su anterior
actividad.


—Sí, la vida nos sonríe. Incluso con tofu —dijo Karen, feliz.


 Y las otras tres asintieron. Estaban completamente de acuerdo.



CAPITULO 28 (CUARTA HISTORIA)





La boda de Paula y Pedro


Paula se subió el cierre lateral del top strapkss de su vestido. 


Se mordió el labio.


Sentía una gran expectativa al deslizar los pies en los zapatos forrados en pedrería.


Las cuatro estaban paradas en la enorme suite que Pedro les había reservado, para asegurarse de que el hotel en Las Vegas cumpliera a la perfección el sueño de Paula. Tenían una botella de champagne enfriándose para ellas cuatro, junto con algunas exquisiteces que podían comer mientras se preparaban para la última boda de los hermanos Alfonso.


—Cielos —susurró Carla cuando Paula sacó los zapatos de casamiento de la caja que los había estado protegiendo con cuidado las últimas seis semanas—. ¿Cuántas veces te los has probado? —preguntó reverente.


Paula se rio y deslizó el pie dentro de la delgada tira que se ajustaría sobre sus dedos.


—Cada vez que Pedro no está en casa conmigo  dijo, y cerró los ojos, encantada.


Los abrió y se abrochó la cadena que le afirmaría el zapato al pie.


—Así que no muy seguido —bromeó Karen.


Abril asintió con la cabeza.


—No lo suficientemente seguido, pero prefiero tenerlo en casa conmigo que probarme zapatos.


—Son magníficos —suspiró Mia—. Pero no entiendo cómo puedes llevar tacones tan altos todo el tiempo.


Paula se rio, habiendo escuchado el comentario tantas veces.


—Me encanta. Me hace sentir más fuerte, y los necesito cuando estoy junto a Pedro


Karen abrió los ojos sorprendida por el comentario de su amiga.


— ¿Todavía? Creí que los usabas antes, porque te intimidaba.


Ella asintió con la cabeza, al tiempo que se ajustaba la delicada cadena alrededor del segundo pie.


—Solía usarlos sólo por él. ¡Increíble! ¡Me volvía loca! —se rio otra vez—. Ahora me los pongo porque cuando estoy con él me tiemblan las piernas. Me ayudan a ser firme delante de él.


Karen puso los ojos en blanco.


—Como si tuvieras que ponerte firme con él muy seguido.


Paula sonrió.


—La verdad es que ahora es un cachorrito.


Carla le ajustó un clip en el cabello, y luego se apartó un poco.


—Me parece que llegó el momento de que te cases con ese cachorrito.


Paula se puso de pie y se miró en el espejo.


—Creo que te tengo que dar la razón —dijo, y la excitación la hizo temblar por dentro.


— ¿Estas lista? —preguntó Karen.


Las cuatro mujeres se pararon juntas, sonriendo, todas hermosas, y tres de ellas, recién casadas.


— ¿Se hubieran imaginado que todas estaríamos casadas hace seis meses? — preguntó Paula. Estaba realmente sorprendida por todos los cambios que habían transcurrido en los últimos meses.


—Jamás —se rio Mia—. Por supuesto, tampoco pensé que me iban a arrestar.


Las cuatro soltaron una carcajada, porque Mia había conocido a su marido justamente la mañana que fue arrestada por supuestamente asesinar a su anterior novio; resultó que no había sido de ninguna manera asesinado. De hecho, estaba cumpliendo prisión con su novia actual por fraude y malversación de fondos.


—Este es un momento realmente asombroso —dijo Carla, tomando las manos de Karen y Paula. Paula tomó luego la mano de Mia, y las cuatro se pararon delante del enorme espejo. Tres de ellas, con los coloridos vestidos de damas de honor, y la otra, con el encaje blanco de su vestido de boda.


—Creo que deberíamos ir yendo —susurró Paula—. Si no, lo más seguro es que me ponga a llorar.


—Eso sería un grave inconveniente.


Las cuatro estaban a punto de salir, cuando Paula las detuvo.


—Esperen —gritó, y las cuatro se pararon en seco para mirarla—. Sólo quería agradecerles a todas. Mía y yo tal vez nos conozcamos hace años, pero siento como si las cuatro fuéramos hermanas desde mucho tiempo atrás. Sin ustedes tres, jamás hubiera podido soportar los meses difíciles que me tocó vivir. Me conmueve profundamente haber podido estar al lado de cada una de ustedes cuando se casaron con el hombre que aman. Pero lo que me honra verdaderamente es que hoy estén aquí conmigo, para ser testigos de mi propio enlace con Pedro.


Mia, Karen y Carla todas se enjugaron las lágrimas rápidamente, y luego se rieron nerviosas antes de fusionarse en un abrazo grupal. 


—Ustedes son increíbles —dijo Karen con fervor. —Vamos, señoras —dijo una voz profunda desde la entrada de la suite—. Van a llegar tarde, y saben lo irritado que se pone Pedro cuando alguien llega tarde.


Paula se puso de pie y puso los ojos en blanco. —Que se irrite —le dijo a Axel, que estaba en la puerta, tratando de arrear a todo el mundo a la ceremonia.


Pero salió de todos modos de la habitación, sin mirar atrás. 


Éste era su día.


Parecía como si hubiera esperado una eternidad para que llegara este momento, y todo eta mucho más maravilloso de lo que jamás hubiera imaginado.


Habiendo vivido las bodas formales de Mia y Karen, y luego el casamiento sobre la playa con Carla, Paula y Pedro habían llegado a la conclusión de que la única manera de casarse era hacerlo a lo grande. Así que llevaron a todos los invitados en avión a Las Vegas para una boda a todo lujo en el Hotel Bellagio.


La wedding planner estaba parada afuera, lista para acompañarlas al sector de la boda. Cuando Paula hizo su aparición en la Terrazza do Songo, no pudo evitar un grito de asombro. Era como estar en medio de una pintoresca aldea italiana, con cascadas de flores que caían por todos lados. Y al mirar el borde del patio, las espectaculares fuentes de Bellagio danzaban al ritmo de una antigua canción de Elvis. Sonrió al observar los desmesurados detalles en los que había reparado Pedro, y la embargó un sentimiento de profunda emoción.


Cuando Paula dio un paso sobre el patio, sonaron los primeros acordes de música, que se elevaron en un crescendo atronador. Caminó por el breve pasillo, sin apartar la mirada del alto y apuesto hombre que la esperaba al final. 


Al llegar a su lado, sintió como si estuviera flotando en una nube de felicidad. Y eso fue antes de que él le mirara los zapatos, y luego asomara él mismo su propio zapato para que lo viera.


Cuando ella advirtió lo que él señalaba en silencio con el zapato, estalló en carcajadas.


¡Pedro estaba usando zapatos de gamuza azules!


—¡Te amo, loquito! —le susurró, y se inclinó hacía delante para besarlo, incluso antes de que se iniciara la ceremonia.


—Yo también te amo. ¡Y me encantan tus zapatos!


Casarse con un hombre que sabía cómo hacer para que una mujer se sintiera especial era algo maravilloso. A continuación, giraron hacia el oficiante, sonriendo con las primeras palabras que dieron inicio a la ceremonia.







CAPITULO 27 (CUARTA HISTORIA)





La boda de Carla y Ricardo


— ¿Adonde vamos? —preguntó Carla. Tomó la mano de Ricardo, pero se mostró vacilante. La expresión en su rostro revelaba que no se traía nada bueno entre manos.


— ¿Acaso no confías en mí?


Ella soltó una carcajada y sacudió la cabeza.


—No cuando tienes esa mirada.


Sentir su risa sonora hizo que le brotara una sensación de calidez por dentro.


—Pues, vas a tener que hacerlo.


Ella cerró la puerta de su casa por última vez y lo miró con recelo.


— ¿Por qué no me cuentas qué pasa? —exigió, y se apretó aún más el chal contra el viento helado que soplaba inclemente desde la esquina de su casa. Tres semanas habían pasado desde la boda de Karen y, tal como se predijo, hacía un frío brutal, la temperatura habitual de los inviernos de Chicago.


Él sacudió la cabeza.


—Vas a tener que confiar en mí.


Ella se rio y dejó que la acomodara en su auto.


—Lo haría si me dieras más información.


El encogió los hombros.


—Hazte la idea de que me estoy haciendo cargo del asunto —le dijo y ante su mirada perpleja cerró con un portazo.


Cuando estuvo sentado al lado de ella, lo miró furiosa.


—Ricardo, ¿qué estás tramando? —preguntó con más fuerza.


No respondió, y ella comenzó a preocuparse al advertir que iba rumbo al aeropuerto. Cuando distinguió el aeródromo a la distancia, estuvo a punto de soltar un quejido.


— ¿Otro trabajo? Pero pensé que tenía algunas semanas de descanso desde el último proyecto —dijo—. Voy a hablar con Mauricio. Me dijo que no tenía nada previsto para las próximas dos semanas. He estado trabajando sin parar tratando de organizado todo...


—Tranquilízate —dijo Ricardo, conduciendo por entre los carriles, hasta llegar al área de estacionamiento privado del aeropuerto


—. Este viaje es solamente para ti y para mí.


¡La idea le pareció genial!


—Pues..., si insistes.


—Insisto.


Salió del auto, y se colocó los guantes. Se bajó el sombrero aún más sobre la cabeza.


—¡Qué tiempo horrible! —masculló.


—Hace demasiado tiempo que organizas nuestra boda —le dijo mientras la conducía fuera del estacionamiento y directo a la pista donde se hallaba el jet privado del Grupo Alfonso.


Carla suspiró y apretó con fuerza su brazo.


—Lo siento. Sé que está llevando demasiado tiempo. Es sólo que...


El se detuvo y bajó la mirada a sus ojos.


—No te quieres casar en el invierno...


Ella sonrió, aliviada por que la comprendiera.


—La verdad, no. No me gusta el frío y tenía ilusión de que celebraríamos una boda al aire libre. Me encantó la atmósfera de la boda de Karen, y quería lo mismo.


Él le sonrió y le guiñó el ojo.


—Vamos —dijo y le apretó los dedos—. Tengo que hacer un viaje. Tú tienes un poco de tiempo libre, así que me acompañarás. Descansarás, yo cumpliré con mis objetivos, y pasaremos un tiempo juntos.


Carla ni lo dudó. Subió las escaleras detrás de él, y sintió alivio cuando pudieron sentarse en los enormes asientos de cuero. Tomó una revista mientras Ricardo deliberaba con el piloto. Diez minutos después, el jet rodaba por la pista, y
Carla se quedó dormida con la cabeza acurrucada contra el hombro de Ricardo. Lo último que oyó antes de quedar sumida en un profundo sueño fue el sonido arrullador de su voz profunda, y le encantó.


No tenía idea de la hora cuando sintió que la sacudía suavemente.


—Carla, despierta —dijo.


Ella se sentó lentamente. Miró a su alrededor para orientarse. —Cielos —dijo con un grito ahogado, y dejó de apretarle el brazo, al despertarse y mirar a su alrededor—. ¿Dónde estamos? —preguntó. 


—En Gran Caimán —le dijo riéndose de su expresión de desconcierto^— . Necesitas cambiarte de ropa.


Ella lo miró como si hubiera perdido la cabeza. — ¿Por qué? ¿No me puedo cambiar en el hotel? ¿O dondequiera que vayamos a alojarnos? 


El sacudió la cabeza.


—No, no habrá tiempo Le sonó extraño que dijera eso. 


—Está bien. Pero, ¿qué está pasando? 


El le tomó las manos y la miró a los ojos. —Nos vamos a casar hoy, mi amor —le dijo con firmeza. Ella parpadeó, sin terminar de aceptar lo que le decía. 


— ¿Por qué haríamos algo así? Él le apretó los dedos ligeramente.


—Tu vestido está en el dormitorio detrás de ti —le explicó—. Tus amigas ya están acá y nos vamos a casar.


Estuvo a punto de soltar una carcajada ante su expresión. — ¿Qué temperatura hace? —preguntó, acercándose a él, acurrucándose contra su pecho grande y fornido.


—Hacen unos agradables veintiséis grados.


Su sonrisa se amplió de sólo pensarlo.


— ¿Mía, Paula y Karen ya están aquí?


—Sí.


— ¿Y tus hermanos?


—También. Llegaron todos ayer.


Ella se rio, encantada con la idea.


—Últimamente, has estado muy atareado, ¿no es cierto?


El se encogió los hombros.


— ¿No estás enojada?


Ella se inclinó y lo abrazó.


—Por el contrario. ¡Estoy feliz! Me hubiera gustado que se me ocurriera a mí.


—Tus padres también están impacientes por terminar con esto. Tu madre ha colaborado un montón.


Carla se volvió a reír.


—Es muy buena organizando fiestas. Le encanta hacerlo.


—Pues, básicamente, le di libertad absoluta, pero con algunas condiciones. Tenía que ser en un lugar cálido, y quería que nos casáramos este fin de semana.


Ella sonrió, pensando en la conversación entre este hombre de carácter fuerte y su madre, que siempre conseguía lo que quería.


—Supongo que será mejor que me cambie.


Hizo una pirueta, fascinada con la idea de casarse allí, en la isla. Cuando pasó a la habitación trasera del avión privado, vio su vestido de novia ya dispuesto con los fabulosos zapatos que había encontrado la semana anterior. Nada de esto habría  salido tan bien si lo hubiera organizado ella misma. Pero para decir verdad, había estado agotada tratando de mudarse de su casa, ponerla en venta y adaptarse a su nuevo empleo. Se sentía frustrada por no avanzar con los preparativos de la boda, pero en el fondo sabía que lo había estado demorando porque quería casarse cuando hiciera calor. ¡Ahora lo había conseguido!


Cuando bajó del avión, un caballero con aspecto oficial estaba parado en la base de las escaleras, justo al lado de sus padres.


— ¿Lista para casarte? -le preguntó su papá, tomándola en sus brazos y abrazándola con cuidado.


—Más que lista —susurró, excitada. Su madre se rio y también la abrazó. —Creo que vas a estar agradablemente sorprendida. — Me contó Ricardo que… ¿ organizaste todo esto? —preguntó, tratando de averiguar los detalles.


Pero su madre supo exactamente lo que Carla intentaba hacer y no se iba a dejar sonsacar nada.


—Yo lo organicé todo, pero Ricardo me dio detalles muy específicos sobre lo que quería. Así que no te dejes engañar. Él es el creador de esta gala fabulosa. Nosotros sólo fuimos los instrumentos que la pusimos en marcha.


Y aquello fue lo único que le diría. La ayudaron a entrar en la limusina que la aguardaba, y partieron. Cuando bajó del vehículo del brazo de su padre, soltó un grito de sorpresa. El sol se estaba poniendo sobre el océano y sus amigas estaban todas paradas en grupos informales delante de una pérgola de madera decorada con telas vaporosas, que se mecían con el viento.


El sendero estaba esparcido con rosas rojas e iluminado por antorchas con velas.


Al final del romántico camino, estaba Ricardo en traje de lino y camisa blancos. Sus tres hermanos estaban parados a su lado, vistiendo trajes parecidos. Y Mía, Karen y Paula también estaban allí, con vestidos soleros floreados y el cabello recogido con flores naturales. Todas habían estado al tanto de la sorpresa, y Carla no supo si ponerse a llorar o reírse de felicidad. Así que hizo ambos.


A un lado había un cuarteto que comenzó a tocar melodías. 


El padre de Carla le tomó una de las manos, y su madre, la otra. Jamás habían sido una familia tradicional. No iban a empezar siéndolo ahora.


Cuando Carla dio un paso adelante y tomó la mano de Ricardo, no pudo impedir que las lágrimas le rodaran por las mejillas.


—Esto es hermoso —susurró, mirándole los hermosos rasgos—. Ni yo misma podría haber planeado algo tan divino.


— ¿Te gusta? —le preguntó con suavidad. Ahuecó su rostro con su mano fuerte, mientras el pulgar le sacaba las lágrimas de las mejillas.


—Me fascina... Es maravilloso.


En ese momento se volvieron, y quince minutos después habían sido declarados marido y mujer. Ricardo la besó con ligereza, y profundizó el beso al tiempo que las olas chocaban contra la arena. No fue sino cuando todos se rieron y Pedro golpeó a Ricardo en el hombro que él levantó la cabeza finalmente.


—Llegó la hora de festejar —dijo Pedro y extendió la mano para tomar la de Paula entre la suya—. Por acá —indicó a todos los presentes.


Los condujeron a un patio con piso de madera, rodeado de plantas tropicales y enormes flores de colores. Habían organizado un buffet tropical, con música y baile.


Ricardo había reservado todo el restaurante sólo para ellos, y bailaron, se rieron y degustaron deliciosos manjares y un sofisticado bar de chocolates de postre. La torta era toda blanca con mariposas delicadas posadas sobre los bordes. Carla casi no se atrevía a cortarla, pero todo el mundo la animó a hacerlo, y se dieron un festín con una torta de boda de limón.


En el momento en que le tomó la mano para salir por la puerta, le susurró:
—Te amo.


Carla le sonrió mirando esos asombrosos ojos azules, aún sorprendida por el amor que sentía por este hombre.


—Yo también te amo —dijo finalmente, sin poder ocultar la felicidad que le salía por los poros—. Me haces más feliz de lo que jamás he estado en mi vida.


La besó con ternura y la condujo por el corredor hacia la suite que había reservado para su luna de miel.


—¡Ah, un desafío! Lo acepto —dijo bromeando.