lunes, 8 de mayo de 2017

CAPITULO 10 (SEGUNDA HISTORIA)





Se deslizó dentro del auto, prendió el motor e hizo marcha atrás. Cinco minutos después, estacionó delante del edificio de Paula y caminó hacia su lado para abrirle la puerta y ayudarla a salir. No habían cruzado una sola palabra desde que se metió en el auto. Paula se hallaba demasiado nerviosa por estar nuevamente a solas con Pedro. La escena era la misma que la de la semana pasada, pero esta vez Paula sabía que no podría despedirse y alejarse de él segura y desenvuelta.


Estaba demasiado nerviosa para mirarlo a los ojos, así que se concentró en apoyar los pies sobre la vereda para no caerse de cara al suelo.


—Yo me arreglo ahora —dijo, y salió afuera, disimulando la mueca de dolor cuando se golpeó sin querer la pierna con el costado del auto por tratar de moverla demasiado rápidamente, para alejarse de él.


Estaba extendiendo la mano para alcanzar su bolso cuando él se lo sacó de la mano. Con un rápido movimiento, la levantó en brazos una vez más, y cerró la puerta de una patada. Después caminó hacia los ascensores como si nada.


Paula intentó respirar con tranquilidad y de calmar su corazón galopante.


—Puedo caminar, ¿sabes? —Y trató de hacer caso omiso a las otras sensaciones que la acosaban por encontrarse así entre sus brazos. Era demasiado maravilloso, y los recuerdos de otras veces en que se había acurrucado en sus brazos y contra su pecho como ahora le pasaron velozmente por la mente.


Pedro la ignoró y presionó el botón de llamada.


—No soy una inválida, Pedro —dijo, asertiva, queriendo bajar de sus brazos desesperadamente.


Pero él la volvió a ignorar.


—Podrías haberme felicitado por ganar el partido. Ayudé a anotar cuatro puntos para el equipo.


Todavía, nada.


Cuando estuvo parado delante de la puerta de su departamento, sin saber bien qué hacer, ella sonrió.


—Ahora vas a tener que apoyarme en el suelo. Tengo las llaves en la cartera, que está en mi bolso, que tienes colgado del hombro.


Pedro la miró un instante, pero al final la depositó en el suelo y le entregó el bolso.


Paula sonrió de modo triunfal y sacó la cartera del bolso. 


Metió la mano adentro y sacó las llaves. Acababa de abrir la puerta del departamento y se estaba volviendo para despedirse cuando él la volvió a levantar en brazos y dio un paso para franquear la puerta de entrada.


— ¡Pedro, déjame caminar! —le ordenó, aferrándose de su cartera y del bolso para que no se cayeran todas sus pertenencias al suelo. Él la ignoró, y cruzó el departamento para llevarla al baño, echando un vistazo mientras pasaba.


—Veo que no has decorado tu departamento —señaló mientras la posaba sobre la mesada del baño. Cuando ella trató de bajarse, él le puso una mano sobre la pierna, para inmovilizarla.


—Aún no he podido hacerlo —replicó, irritada porque había comenzado a temblar una vez más al sentir su mano. 


Deseaba poder controlar su reacción cuando lo tenía cerca, pero no había nada que pudiera hacer para evitar los escalofríos que le recorrían todo el cuerpo. Cuando estaba cerca, y especialmente cuando la tocaba, se volvía un flan. Y un flan que no paraba de temblar.


Se puso a revisar los armarios del baño, y Paula se sonrojó espantada cuando descubrió todos sus productos femeninos íntimos debajo del lavamanos.


—Si me dices lo que buscas, te puedo decir dónde está —le dijo, roja como un tomate. Odiaba cuando se sonrojaba porque se le veían más las pecas y lucía ridícula.


Pero él se limitó a cerrar unas puertas y abrir otras, sin que se le moviera un pelo ante un producto tan evidentemente íntimo. Cuando encontró las toallas de mano, sacó varías, distribuyéndolas sobre la mesada antes de abrir la canilla y esperar que saliera el agua caliente. Una vez que el agua alcanzó la temperatura esperada, tomó una de las pequeñas toallas y la humedeció antes de limpiar con cuidado el resto de sus cortes y raspaduras.


Si Paula creyó que el agua fría era difícil de soportar, descubrió que se había equivocado. El agua tibia contra la piel resultaba casi sensual. Al sentirla, junto con la mano fuerte y caliente de Pedro, soltó un suspiro y miró sus ojos azul hielo. Él levantó la mirada en ese momento, y ella supo que él también estaba sintiendo lo mismo.


—Estoy bien —susurró, rogando que simplemente se fuera y ella no tuviera que encontrar la voluntad para resistirlo. 


Comenzaba a dudar seriamente de su capacidad para hacerlo.


Pedro bajó la mirada de nuevo a su muslo, pero sus movimientos cambiaron, el contacto parecía por algún motivo más suave. Seguía limpiándole el polvo, pero se trataba más de una caricia que otra cosa. Le pasó la mano con delicadeza sobre la piel, limpiando y explorando, tocando con dulzura las áreas lastimadas, apenas rozándola con las puntas de los dedos, lo cual resultaba aún más sensual.


—-Tienes una piel hermosa, Paula —dijo con suavidad, y la voz se tornó profunda, ronca.


Ella respiró hondo, deseando que su respiración no sonara tan temblorosa.


—Soy demasiado blanca —arguyó, tratando de pensar en lo que fuera con tal de librarse de esa situación, y de hacer que se marchara antes de tener que suplicarle que se quedara.


—Dime que extrañas cuando estábamos juntos -—le reclamó, atrapando sus ojos con los suyos mientras los dedos seguían trazando una llamarada que descendía por su pierna.


Paula deseó poder negarse a su orden, pero el modo de tocarla había eliminado todas las defensas que tenía para protegerse de él.


—Sí, lo extraño —respondió, temblando ahora que sus dedos descendían hasta su rodilla, luego a la pantorrilla.


Con esas palabras, se puso de pie y Paula sintió una punzante decepción. Pero se equivocó respecto de las intenciones de Pedro. Sin dudar un instante, le tomó la cabeza entre ambas manos y comenzó a besarla profundamente. El beso la hizo gemir por el contacto. Pero su boca no le impidió seguir. De hecho, lo alentó de la única forma que sabía. Lo besó a su vez, olvidándose de que debía resistirse a él.


Olvidándose de que el puesto en el estudio , era tan sólo un paso en su carrera profesional, y de que él la había hecho sufrir terriblemente la última vez que sus carreras habían divergido.


Pero ahora lo único que existía era Pedro. Sus manos, su boca, su lengua que invadía la suya, y lo besó con cada chispa de deseo que había guardado durante los últimos seis años por este hombre. Ardía por él, y toda la historia de dolor quedó oculta en ese momento. Sólo pudo pensar en el deseo, puro y fuerte.


El la atrajo hacia delante con las manos. Paula le tomó la camisa entre los puños, tratando de mantener el equilibrio, aunque estuviera a punto de perder el control por completo- Si él se detenía en ese momento, ella quedaría reducida a una chispa de calor tan intensa que terminaría por desaparecer.


Por supuesto, si continuaba, existía la posibilidad de que ocurriera lo mismo. Su única opción era acercarse aún más, moldear su cuerpo contra el suyo. Pero eso tampoco sirvió. 


Lo necesitaba tan desesperadamente que el deseo le provocó un dolor físico. No podía esperar. Deslizó las manos debajo de su camisa, sintiendo el acero aterciopelado de su pecho y su estómago, cubiertos por un vello ligero.


Advirtió que estaba más macizo. Exploró con los dedos los ángulos bajo su camisa, necesitando descubrir todos los cambios de su cuerpo a lo largo de los años, pero él comenzó a alejarle las manos. Ella no comprendió, y casi gruñó cuando él se las apartó. Pero se dio cuenta de que sólo quería librarse de la camisa, dándole mejor acceso, y las manos volvieron a saltarle sobre el pecho, donde las siguió tan de cerca con los ojos que pudo ver y sentir todos los cambios. Los dedos se deslizaron sobre su piel, encontrando todos aquellos puntos que tan bien recordaba que lo volvían loco. Cuando no estaban haciendo el amor, él apenas sentía cosquillas en esos lugares, pero cuando la temperatura se disparaba entre los dos, se transformaban al instante en zonas erógenas, y amaba cada una de ellas, mientras las tocaba y deseaba poder hacer que se sintiera al borde del delirio, como lo estaba ella.


Él gimió y la levantó, llevándola al dormitorio y colocándola sobre la cama.


—Me toca a mí —dijo, y rápida y eficientemente le sacó la camiseta de sóftbol por encima de la cabeza. Ni siquiera hizo una pausa ni le dio tiempo pata entender lo que estaba haciendo antes de que sus manos le hubieran desabrochado el corpiño por detrás para liberarle los pechos. El feo pero eficaz corpiño deportivo fue atrojado a un lado, y sus ojos se transformaron en dos brasas ardientes al posarse sobre sus pechos desnudos.


—Eres hermosa —gimió, e inclinó la cabeza para besarle la cima del pecho. Sintió que el pezón se endurecía bajo sus labios, y ella se arqueó contra él, necesitando su cuerpo contra el suyo. Ahora sí estaba al borde de la locura: la necesidad de tenerlo adentro se hizo más fuerte que la necesidad de oxígeno. El deseo la consumió, y sintió terror de que se marchara antes de tenerlo pulsando dentro de ella.


Paula buscó con las manos el broche de sus shorts, deseando sentir su erección en las manos, guiarlo hacia ella para que la colmara. Pedro estaba tan desesperado como ella, y con dedos veloces se deshizo de sus shorts y de su ropa interior. Tras levantarse y desnudarse, tomó un condón de la billetera y se lo colocó. Luego volvió a descender sobre ella. Sólo para estar seguro, empujó las caderas entre las rodillas de ella, y deslizó el dedo dentro de su calor. La humedad que descubrió allí dentro casi lo hizo perder el control, pero cerró los ojos y se tomó un momento antes de tomarle las manos y retenerlas por encima de su cabeza mientras le apartaba las piernas aún más, y se sumergía dentro de su calor generoso.


—Maldición, Paula, estás que ardes —gimió mientras la penetraba aún más, observando su rostro para estar seguro de que no la estaba lastimando.


—No te detengas —le suplicó cuando pensó que estaría a punto de retirarse de ella. Era más grande de lo que lo recordaba, pero la seguía llenando, haciéndola sentirse completa una vez más. No se había sentido así desde que lo abandonó aquel día, y le resultó increíble lo maravilloso que era estar tan íntimamente conectada con ese hombre.


Y luego él comenzó a moverse. Su cuerpo cobró impulso dentro del suyo, y ella levantó las caderas, ansiosa por igualar su pasión. Una y otra vez la embistió, ambos jadeando desesperados por llenar aquel vacío que los había habitado durante tanto tiempo.


Cuando Paula creyó que ya no podía soportarlo más, comenzó a apartar las caderas, pero él conocía todos sus trucos y no se lo permitió. Se movió apenas y fue todo lo que hizo falta. Paula se precipitó a uno de los clímax más fabulosos que jamás hubiera experimentado. Ni siquiera fue consciente de Pedro en pos de su propia descarga, porque seguía palpitando, seguía viendo las estrellas.


Cuando finalmente se detuvo y la atrajo hacia sí, Paula suspiró de felicidad.


—Lo recuerdo —susurró, y extendió la mano para tocarle los hombros, la espalda, cualquier cosa que fuera parte de Pedro.



****


Pedro rio por lo bajo. Le hociqueó el cabello para apartárselo de la cara con la nariz, y le besó el cuello y aquel lugar detrás de la oreja que nunca dejaba de provocar una risita de deleite. Volvió a funcionar incluso ahora, y sonrió al recordarlo.


Pedro se paró y se dirigió al baño. Paula oyó que el agua corría un instante, pero estaba demasiado contenta para intentar dilucidar lo que hacía. Se tapó con la sábana y los párpados se cerraron ligeramente.


— ¿Aún sientes vergüenza? —preguntó él, riéndose mientras se volvía a deslizar dentro la cama detrás de ella, apartando la sábana a un lado para poder resbalar las manos sobre su piel.


Paula soltó un suspiro, pero no supo si era porque le había quitado la sábana o porque volvía a tocarla y el cuerpo, que acababa de quedar satisfecho, ya no se sentía colmado. 


Gozó del hecho de que una simple caricia de aquel hombre le volviera a provocar un espasmo de deseo. Ningún hombre había tenido jamás ese efecto sobre ella. Tal vez mañana se arrepintiera de la habilidad que tenía él de controlarla tan fácilmente. Pero en ese momento, no podía hacer otra cosa que volver a disfrutar de todo una vez más, pero esta vez a un ritmo mucho más pausado.





No hay comentarios:

Publicar un comentario